Los hongos

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Sobre la ingenua búsqueda de la libertad

Tercera ciudad más poblada de Colombia, Cali es un auténtico hervidero cultural: conocida como la capital mundial de la salsa, alberga una juventud inquieta, creativa, desencantada con la política y muchas veces perseguida por los sectores más conservadores. Es la juventud que en esta segunda película de Oscar Ruiz Navia, el mismo de la elogiada internacionalmente El vuelco del cangrejo (2009), representan Calvin y Ras, dos grafiteros que crecen como hongos solitarios en pleno asfalto de esa urbe luminosa e hiperactiva. Uno, hijo de padres divorciados, cuida a su abuela enferma de cáncer; el otro, de origen más humilde, sufre en un trabajo elemental, exigente y mal pago hasta que es despedido por robar unos litros de pintura.

Lo que la película -premiada en los festivales de Locarno y Rotterdam captura con nervio y eficacia es la deriva anárquica de los protagonistas en plena etapa de desarrollo de su personalidad, la previa a una adultez que amenaza con la abulia y la integración a la sociedad de consumo.

Calvin y Ras pintan paredes inspirados en las revueltas de la primavera árabe, deambulan por rincones apartados de la ciudad, fuman marihuana, entran en contacto con las tribus urbanas que intentan resistir la lógica del sistema y, naturalmente, son perseguidos por la policía.

En torno de una trama deliberadamente sinuosa y fragmentaria, Ruiz Navia abre algunas otras líneas argumentales que abandona súbitamente: la de una padre simpático e indolente que intenta sostener su inestable carrera como cantante popular, y la que involucra a una jovencita en ebullición hormonal que parece pretender un noviazgo menos formal que el que Calvin le propone.

La película avanza a tientas, cambia de humor repentinamente, coquetea con el registro documental y vuelve a internarse en la pura ficción, funcionando como espejo de la oscilante conducta de los dos protagonistas, y se reserva un final poético y de singular belleza pictórica, el que merecen esos dos chicos que se mezclan en el tráfico pesado de una avenida caleña con una bicicleta y un skate, soñando cándidamente con una libertad difícil de conseguir.