Los días

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

Rutina

La opera prima de Ezequiel Yanko muestra todo desde una altura de cámara correspondiente al metro treinta de las nenas. El mundo de los “grandes” queda a fuera, y en la mayoría de los casos aparecen en off.

Dos niñas gemelas duermen juntas en una misma cama, es verano y por eso llevan poca ropa. El grito de su madre irrumpe la tranquilidad, deben ir al colegio. Paredes rosas, mochilas con motivos infantiles y los largos cabellos esperando el cepillo maternal. El desayuno está listo, como siempre, como todas las mañanas. Micaela y Martina desean ser grandes y tomar sus propias decisiones pero son castigadas por eso. Su madre insiste en hacerlas participar de castings para triunfar en el cine y la tv, un mundo que las atrae a diario. El drama de la novela tienta, y traspasar la pantalla chica es casi un imposible.
Educadas bajo la estricta doctrina católica, las preguntas comienzan a surgir.

La opera prima de Ezequiel Yanko muestra todo por dos, y esta doble visión se expresa desde una altura y posición de cámara correspondiente al metro treinta de las nenas. El mundo de los “grandes” queda a fuera, y es tan externo que en la mayoría de los casos aparecen en off o dentro del cuadro pero fragmentados. La utilización de planos intimistas refuerza la idea de estar viviendo una historia junto a ellas quienes dejan ver, a través de sus expresiones tan marcadas, su mundo de niñas en desarrollo.

El esquema bipartito también queda expuesto en la estructura narrativa del film cuando al minuto 36 nos sorprende el título de la película Los Días. Casi creíamos que estábamos espiando por una ventana un mundo ajeno, cuando la realidad cinematográfica se expone para recordarnos que estamos ante una película que por más “real” que parezca sigue siendo una ficción. Una ficción premeditada y calculada.

El tono documental se quebró. Los planos nos describen el lugar del drama que está a punto de comenzar: Martina y Micaela se quedarán solas porque su padre y su madre pusieron una remiseria. La primera reacción fue el susto y huyeron a la casa de su abuela, pero luego el juego de ser grandes comenzó a gustarles. Prepararse la comida y hacer la tarea ya no son un problema, limpiar la casa no es tan aburrido como parece. La novela de fondo continua pero las largas horas frente a la caja boba terminaron porque hay responsabilidades que cumplir y una de ellas es tomar la comunión. Los maquillajes y los chicos se meten en sus días. Las ansias de independencia por fin llegaron.