Los descendientes

Crítica de Guido Anselmi - Cinematografobia

EL DRAMA HUMANO
Cada cual con su color

El qué hacer con la muerte, y sobre todo, el qué hacer con la vida, son los dos pilares fundamentales del existencialismo, no solo como pensamiento, sino también y sobre todo, como práctica viva: existir; tener vida; transitar la angustia de una vida sin garantías; buscar el modo de trascender, de traspasar los límites de la experiencia posible; avanzar a ciegas; y así, sin nunca llegar a saber, relacionarse con los demás -entes tan existentes e incomprensibles como nosotros mismos-.
Así es que, entre existencias, nos encontramos cuerpo a cuerpo con Matt King (George Clooney), un padre de dos hijas que se cuestiona, tal personaje Shakespeareano, entre el "vivir" y su no-vivir, mientras pasa las tardes en una habitación de hospital viendo cómo su esposa, irremediablemente y sin elección, lucha contra la muerte, luego de haber sufrido un serio accidente en el mar. Suceso inesperado que como todo accidente podría haber sido evitado pero que azarosamente sucedió, y previo al cual fuimos testigos, en el momento mismo en que miramos aquella sonrisa jovial y aventurera, aquel aire vital e incorrompible con el cual abre la película: la esposa de Matt, Elizabeth, andando en moto acuática, viviendo y sintiendo, sin saber.

El guión de la película es una transposición de la novela homónima de Kaui Hart Hemmings, escritora de orígen hawaiano.
Y en vez del accidente en cuestión, un suavemente abrupto fundido a negro nos lleva a los créditos iniciales del film, a un diseño colorido y floreal, a una música autóctona de la isla de Hawái y a un gran desconcierto. El mismo con el que nos encontramos a aquella mujer rubia que minutos antes sonreía implacable, ahora con la boca abierta, los ojos cerrados y una mezcla de cables y aparatos médicos que la rodean. El mismo que, contra lo que uno conoce o espera ver, nos mostrará una Hawái gris y pesada, entre lluviosa y nublada. Intención estética, cromática. Puesta en escena. Un clima y un color que exterioriza las emociones, que acompaña y sostiene el cuadro de los personajes. Con un mar que aparecerá siempre de fondo, como presencia abrumadora, como inocente y traicionera naturaleza. Como protagonista secreto, camuflado en su grisácea opacidad. Para afirmar esto, basta verlo a Clooney corriendo por la playa y por sus pensamientos, con un cielo maravillosamente gris acompañándolo. Y basta verlo también a lo largo de todo el film, a lo largo de su proceso y de su viaje, de su gestualidad y sobre todo de sus reacciones, para afirmarlo como un gran actor, que comprende que la impotencia y fragilidad de su personaje ante lo que le toca afrontar, puede simplemente verse reflejada en su modo de caminar y de moverse, en su modo de correr desarmándose.
Frágil es Matt King aunque se muestre duro e impenetrable. Sensible es, aunque se muestre distante. Es Matt King quien le dice a su esposa, entre reflexiones internas, que ahora sí está preparado para ser un buen padre y un buen esposo. Es él quien lo dice sabiendo que se engaña a sí mismo, que si antes no lo estaba, ahora tampoco lo está, y que es esa su forma de consolarse, de llenar el vacío que le produce la inminencia de los hechos, que es esa la forma más fácil de ocupar su mente con palabras positivas, para así no dar tiempo al mal pensamiento, al pensamiento de lo fatal. Es Matt King el que sube las escaleras del hospital pensando en la mejora de su esposa, proyectando viajes y reencuentros, minutos antes de recibir la noticia médica de que nada más hay por hacer, de que nada volverá a ser como antes y de que tienen la obligacíón legal de desconectar a su esposa lo antes posible. Sobre él recaerá el deber de contar la triste noticia a todos sus conocidos, en especial a sus dos hijas, Alexandra y Scottie (la mayor y la menor, respectivamente). Será Matt el que tendrá los días contados para despedirse. Y es este uno de los núcleos de Los descendientes, el saber que nada puede hacerse, el procesar la lenta despedida, el dar lugar a la aceptación. ??
Hablábamos antes de desconcierto, y es esta línea la que por momentos, nos encontrará riendonos en medio de la tragedia, inmiscuidos de pies a cabeza en este gran drama humano que nos empapa de universalidad, con ciertos rasgos y sufrimientos que nos desnudan a todos por igual y que traspasan cualquier frontera social, económica y cultural. El drama de Los descendientes es un drama universal y existencial, y es por esta razón que, a mi entender, la misma película en su relato es la que lleva a un total segundo plano la historia de Matt con sus primos, el conflicto (o no-conflicto) de no saber a quién vender las últimas tierras vírgenes que quedan en Hawái y que ellos heredaron de sus antepasados. Porque este no-conflicto, en oposición al y a los conflictos reales -lo banal y lo trascendente, como en la vida misma- termina funcionando como un hilo conductor apagado que sirve para dejar traslucir todo lo demás. Para llevar esto a lo práctico, basta con ver la primer reunión que mantienen todos los primos, en la que la cámara se va acercando a Matt, mientras las voces y las discusiones se van apagando, y solo queda el pensamiento en off del protagonista: "Elizabeth se pondrá bien, lo sé. No es su hora, aún.". Pero lo será, y él ahora lo sabe.

Matt junto a su hija Alexandra. Es fundamental en el film la consistencia de los personajes secundarios
(el padre de Elizabeth; la mujer de Brian Speer; el tontamente querible Syd)

Los descendientes es un film formalmente incompleto, pero a su vez, simplemente eficaz. Es una película que parte de clichés, para escaparse de ellos, para ser una historia autónoma y única, que nos envuelve de principio a fin. Mérito aparte para el trabajo de Alexander Payne, que sobre todo desde la dirección (a pesar de haber estado también involucrado en el proceso del guión) crea este clima y esta átmosfera que pocas películas logran generar, tratando temas ya gastados como el amor y la muerte de una manera fresca, con un relato que se nutre de emociones vivas, que nos hace fieles y comprensivos acompañantes de las corridas exageradamente físicas de Clooney, de sus recorridos por la playa, de su búsqueda absurda y a la vez, comprensivamente racional. Porque en medio de la tristeza de la futura pérdida y de la presente despedida, tendrá que lidiar con otra realidad, cruda, humana y terrenal: la infidelidad de su esposa, que pensaba presentarle el divorcio. Y así hubiera sido, si nada de lo que fatalmente sucedió hubiera ocurrido. Y esta nueva y difícil noticia (es su hija mayor, Alexandra, quien se la da), este balde de realidad, es el que reformulará todos los conceptos que Matt tenía de su vida hasta el momento, el que lo desorientará de un modo tal que lo primero que le saldrá hacer, será correr impulsivamente, chancletear alejándose de su casa, dejando atrás su jardín de flores de colores y el cartel de bienvenida que reza la frase "Relax". Relajate Matt, mientras te enterás que tu mujer, si no estuviera en coma, estaría en la cama de otro; relajate mientras en tu cabeza creés y pensás que no hay nada peor que lo que te está pasando, que inclusive es mucho peor que lo que le pasa a Elizabeth, que no tiene conocimiento, postrada como está en el hospital. Relajate y viví, que es así de fácil, así de simple. O corré hasta la casa de tus amigos para preguntarles si saben algo, y enterate que sí, que estaban al tanto de todo y no te lo habían contado para cuidarla a ella porque también eran amigos de ella, y porque entonces no son tan amigos tuyos como lo creías. O sí.
Y a pesar y a causa de todo Matt King quiere saber, necesita saber; no puede contenerse en preguntarle a Brian Speer, el amante de su esposa, si tuvo relaciones sexuales en su cama, en su habitación; no puede contenerse de preguntarle si la quería; no puede resistirse a la tentación de hablar con la esposa de Speer cuando la ve en la playa; no puede no sentir lástima por esa mujer que fue traicionada al igual que él, y tampoco puede irse de su casa sin robarle un beso en la boca, como si así fuera a sentirse menos traicionado. Matt King es humano durante dos horas de película, y todos estos matices y todas estas preguntas forman parte de su pequeño drama instantáneo -haber sido engañado sin saberlo-, que a su vez se engloba en una realidad mucho mayor -los problemas de pareja, las ausencias, los errores- que tiene a la cabeza el gran drama de la muerte. Interesante unión de conflictos es la que plantea la película, así como interesante es el tema del perdón. ¿Se puede perdonar? ¿Se puede olvidar? Quizás sí, quizás no. Lo importante es lo demás. Todo lo demás. Lo dice el mismo protagonista, en su desahogo y en su despedida, luego de tanto soportar: "Adiós Elizabeth. Adiós, mi amor. Mi amiga. Mi dolor. Mi alegría. Adiós.". Lo dice mirándola fijamente, lo dice después de besarla por última vez, en un instante hermoso, en un beso que transporta la carga de toda una vida, en un beso que no es robado, en un beso que es de verdad. ?????

Es interesante, a lo largo del film, la experimentación de la sexualidad que hay en Scottie -la hija menor de Matt-
que aparece por medio de guiños que funcionan como contrapunto del momento sexual del protagonista.

Y es hacia el final de la película, una vez desconectada Elizabeth y una vez marcada su ausencia física, en donde vuelve a aparecer y a cobrar importancia la figura del mar. Porque es el mismo mar en el que ella se accidentó, el que ahora la recibe con la calma del día, azul y transparente; con su impasible naturaleza, a la que nada puede reprochársele ni preguntársele, con la que nada puede hacerse más que aceptar. Es al final en donde parecieran volver los colores a la vida, porque a pesar de la muerte y más allá de ella -o más acá-, los personajes aceptan su destino y su presente, y sin entenderlo, lo entienden. El ciclo humana e irremediablemente natural que se completa una vez más. Que termina. O que así empieza. Y la familia todavía a flote, reunida allí para arrojar las cenizas de la madre, de la esposa, y para despedirla con collares de flores.
Y todavía más adentro del final, un epílogo acertado y certero, en donde los tres se sientan en el sillón a mirar juntos la televisión. Es aquí que es importante saber situarse en el lugar de la sociedad norteamericana actual (cosa que no nos resultará nada difícil, teniendo en cuenta lo inmiscuidos que estamos de su realidad), para comprender la importancia que tiene para ellos compartir un momento tal, la importancia que tiene el sentarse a ver todos una misma cosa. Es ese el espacio de reunión, de conformación familiar y será este el punto de partida de un todo singularmente nuevo. Y lo certero está, en el objeto material que terminan usando los tres para taparse, detalle sutil que da cuenta de una gran realización: es la misma frazada que cubría a Elizabeth en el hospital durante sus últimos instantes de humanidad, la que ahora los envuelve a ellos tres, tan frágiles, tan humanos.