Lolo, el hijo de mi novia

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

En Lolo, el hijo de mi novia, Julie Delpy pierde la brújula

Actriz de larga y notable trayectoria -trabajó con Jean-Luc Godard, Krzysztof Kieslowski, Richard Linklater y Jim Jarmusch-, la francesa Julie Delpy tiene también una carrera como directora: Lolo: El hijo de mi novia es la sexta película en la que cumple ese rol. Desafortunadamente, no es de las mejores. Delpy interpreta a Violette, una parisina divorciada que trabaja en el artificial mundo de la moda francesa (hay una breve participación del veterano diseñador Karl Lagerfeld), disfruta de consumos culturales sofisticados y está llena de manías y fobias burguesas. Busca denodadamente una pareja y encuentra un candidato impensado en un balneario en el que descansa con un par de amigas que viven una situación parecida y tienen lenguas muy afiladas. Jean-René, su flamante conquista, es un provinciano dedicado a la informática cuyos intereses están en las antípodas de los de Violette (Dany Boon, en un papel que tiene similitudes con el que hizo en Bienvenidos al país de la locura, de gran éxito en Francia). Pero hay piel entre ellos y la relación parece tener un futuro prometedor.

Hasta que aparece Lolo, el hijo de Violette, un joven cínico y malicioso que mantiene con ella una relación edípica. Lolo es artista plástico, tiene modales completamente teñidos por la altanería y, por sobre todas las cosas, está decidido a hacerle la vida imposible al nuevo novio de mamá. No es refinamiento lo que sobra en el humor de la película, ramplón, superficial y obvio en más de un gag. En manos de Claude Chabrol, un personaje como el que interpreta con gracia el joven Vincent Lacoste (un notable caso de precocidad: con apenas 22 años, ya filmó casi una veintena de películas) podría haber sido el disparador de una comedia negra cargada de inteligencia y causticidad. Pero Delpy se inclinó por resoluciones que casi siempre son torpes y efectistas, propias de una mala tira televisiva. Es tanta la fruición por acumular chistes de dudoso gusto que ni siquiera queda tiempo para cerrar la historia de una manera lógica. Jean-René debe alejarse de Violette luego de una serie de venenosas celadas tendidas por el celoso Lolo de las que podría haber escapado con facilidad si un guión plagado de trazos gruesos y groseras manipulaciones no se lo hubiese impedido.