Líbranos del mal

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Manual de exorcismo para principiantes

Líbranos del mal es la tercera película de terror que dirige Scott Derrickson tras El exorcismo de Emily Rose y Sinister. Todas evidencian la misma preocupación por las pruebas documentales de la presencia del demonio en el mundo. Más allá de que los hechos de posesión sean verdaderos o falsos, lo que importa es el tiempo narrativo que el director invierte para consolidar el peso específico de los fenómenos sobrenaturales.

Mientras que la mayoría de los directores del género tratan de cumplir el cada vez más difícil objetivo de asustar a los espectadores, Derrickson parece más interesado en los procedimientos con que los hombres se relacionan con las fuerzas malignas, para aliarse a ellas o para enfrentarlas.

Esos procedimientos se vinculan con una historia, una tecnología y un sistema de creencias particulares, todo lo cual ocupa espacio y tiempo en la trama. De allí que las tres películas superen largamente los 90 minutos que suelen durar estos productos. Derrickson entiende el mal como una incubación, como la lenta configuración de una enfermedad contagiosa en el cuerpo de la sociedad.

Claro que las buenas intenciones no garantizan la calidad de una ficción. Lo que en Sinister era una tensa exposición de las relaciones entre lo siniestro y lo familiar, en Líbranos del mal se convierte en una tediosa disertación sobre la razón, la fe y la salvación del alma, algo que queda patente en la escena de exorcismo. Antes de practicarlo, el sacerdote explica las seis fases del acto de expulsión del demonio, lo que obviamente elimina buena parte del dramatismo de la ceremonia.

Incluso, esta vez, el panorama de por sí amplio en el que Derrickson inscribe el fenómeno de las posesiones se abre todavía más. Arranca con un episodio de la guerra de Irak, y así por el precio de una obtiene una doble carga simbólica: el trauma de los tres soldados implicados y el misterio del esoterismo oriental. En esos términos generales, el planteo es parecido al de la novela Voces que susurran, de John Connolly. Al igual que ese libro, Líbranos del mal es un thriller sobrenatural, protagonizado por un detective escéptico pero "sensitivo" (Erica Banna), a quien su compañero (Joel McHale) le dice "radar". Guiado por el instinto, empieza a seguir la pista de unos extraños crímenes que involucran a niños y mujeres en Nueva York. En un momento de la pesquisa se cruza con un sacerdote con pinta de dark musculoso (Edgar Ramírez), quien desviará la investigación desde el terreno sociopatológico inicial hacia una zona más oscura.

A todos los elementos mencionados, hay que sumarles algunas obviedades del género, como que el detective tiene una mujer y una hijita que le reclaman presencia y afecto, y que también desempeñarán una función esencial en el desarrollo de la trama. Pero esa abundancia de componentes, supuestamente al servicio de la complejidad del fenómeno del mal, no disimula la torpeza expositiva de Derrickson, que no consigue ensamblar los pensamientos y las acciones de sus personajes en una narración sólida y contundente desde el principio hasta el final.