Leyenda: La profesión de la violencia

Crítica de Ernesto Gerez - A Sala Llena

La actuación. ¿Es la actuación responsable del éxito cualitativo de una película? Los actores egocéntricos (casi todos) dirán que sí; porque ven las películas desde la actuación, ven la performance no sólo como medio (de un fin superior: una idea del mundo) sino además como responsable primaria de un triunfo de la puesta en escena. Claro que esa no es nuestra tarea, por suerte la mayoría de los espectadores no somos actores. Hay sobrados ejemplos de que actores no profesionales con registros que podrían ser considerados negativamente o actores profesionales sin galardones ni mucha técnica pueden formar parte de una gran película (un caso relativamente actual y nuestro es el de, por citar alguna, Vil Romance de Campusano); por el contrario, es más difícil que sólo una gran actuación consiga redimir una puesta en escena fallida. Tom Hardy la rompe casi siempre, por desgracia acá no tanto como en La Entrega (The Drop, 2014), sobre todo porque la puesta de Brian Helgeland es pretenciosa, tan grandota en su cáscara que pide un Hardy que atente contra su sutileza natural y reviente su actuación en una performance demasiado exagerada. Claro que al menos en esa exageración de Hardy -que va de la mano con la artificialidad hiperbólica de un Helgeland muy poco verosímil para el clasicismo que parece proponer- hay mucha vitalidad, algo que no tiene, en líneas generales, una historia soporífera que se sostiene por aislados sketches cómicos más que por la pura fuerza narrativa que la debería mantener viva y potente.

La leyenda. Leyenda es un título adecuado para una película sobre los Kray. Es acertado porque en el este de Londres los Kray ya no son carne y finitud sino mito y universo. Si alguien sentado en un bar tomándose una pinta te dice que una vez hizo un laburito para los Krays, se cuelga en el pecho una medalla que le otorgan todas las calles de Londres. Claro que debe haber mucho fabulador, pero algún vejete que estuvo metido en lo espurio todavía debe guardar algo de verdad adornada. Esa misma verdad que le falta a la artificialidad vacua de Helgeland. Porque aunque tenga cosas de la Goodfellas de Scorsese (la entrada al casino de Reggie Kray con su novia simulando la ya mítica entrada al Copacabana de Henry Hill junto a su chica en ese plano secuencia demoledor, o la buena escena de la madre de los Krays repartiendo té contra la secuencia en la que la propia madre de Scorsese organizaba una cena de madrugada), en esta puesta no hay un gramo de verdad como sí había en Buenos Muchachos, más moderna desde lo formal pero más genuina y verdadera desde el cuento y la leyenda. Uno de los problemas de Helgeland es que no asume del todo su farsa, lo mismo le ocurrió en Revancha, una película con tal artificialidad (falsedad), con tanto cliché desaprovechado por una convencionalidad fastidiosa en el armado de los planos que no le permitía jugar con los géneros o la ironía, además de desperdiciar al enorme Gibson y a un buen actor como Gregg Henry, capaz de romperla con De Palma en Doble de Cuerpo y terminar apestando con un Helgeland que nos confirma lo del actor envase/ herramienta de algo superior. Leyenda continúa con el “ciclo Helgeland” de películas superficiales, sin humanidad en sus personajes, sin historia en sus planos, y sin alma en su representación.