Legión de ángeles

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Casi ángeles.

La historia de Evangelion se parecía en parte a la de Legión de ángeles: el animé escrito y dirigido por Hideaki Anno contaba cómo, en un futuro no muy distante, unas criaturas -llamadas “ángeles” por los hombres- eran enviadas una tras otra para destruir lo que quedaba de la humanidad. Esa amenaza, ciega e imparable, permanecía sin ser explicada a lo largo de toda la serie. Después de ver ese final increíblemente abierto, los fans se irritaron y reclamaron otro más explícito, así que Anno decidió iluminar un poco las zonas grises de la trama en las dos películas que siguieron a los capítulos para televisión. Solamente que las nuevas explicaciones no eran tales, porque las respuestas que ofrecía el director eran todavía más confusas y oscuras que los interrogantes originales. Vi Evangelion (la serie y las películas) dos veces, y cada vez que la recuerdo se me hace presente ese misterio insondable, el mismo que Anno se negó a elucidar con explicaciones tranquilizadoras. ¿Qué eran los ángeles? ¿De dónde venían? ¿Por qué querían destruir a la humanidad? Cuando pienso en estas preguntas me dan muchas ganas de ver Evangelion de nuevo: sé que no voy a encontrar las respuestas a esas preguntas, pero al menos puedo disfrutar tranquilamente de ese territorio narrativo incierto y ambiguo, perderme en el misterio trazado por Anno sin miedo a ser arrancado de allí por alguna explicación cómoda y esclarecedora. Tengo la certeza de que Evangelion no va a traicionarme como lo hizo Legión de ángeles.

Esa traición se funda en el comienzo de la película, que promete muchísimo más de lo que el director Scott Stewart está dispuesto a cumplir. Michael, un ángel (este sí, ángel con todas las letras) cae del cielo en un callejón: la lluvia, la oscuridad y la podredumbre general remiten de manera sofisticada tanto al film noir como al cómic. Su misión se va revelando de a chispazos conforme avanza la historia: sabemos que está en la Tierra desobedeciendo órdenes superiores y que su objetivo es encontrar y proteger a una mujer embarazada cuyo hijo está llamado a convertirse en el salvador de la humanidad. Cuando Michael encuentra a Charlie en una estación de servicio perdida en el desierto, la amenaza no tarda en hacerse visible: miles de humanos poseídos por ángeles siguen el mandato divino de hallar a Charlie y matarla. Lo desmedido de la invasión y las palabras de Michael acerca de un “exterminio” hacen que la película cobre el extraño aire de una catástrofe de carácter sobrenatural. Ángeles monstruosos y sanguinarios se enfrentan al grupo de parias capitaneados por Michael que resisten atrincherados en la cafetería. Hasta acá, Legión de ángeles es rica en nervio, fuerza, buenos diálogos y personajes sólidos que, incluso a pesar de alguna caracterización demasiado estereotipada, podrían sostener de manera digna toda una película. La debacle empieza justo después.

Cuando la primer oleada de ángeles asesinos termina y el guión decide tomarse un descanso de tanto disparo, griterío y masacre (lástima, porque todo eso no estaba nada mal) los personajes tienen la bendita idea de ponerse a compartir tragedias íntimas y traumas infantiles, y es ahí donde Legión… se quiebra definitivamente y cede a la tentación del discurseo grandilocuente. También es cuando el secreto que se adueñaba de la película es develado de manera burda por diálogos cada vez más explicativos y torpes que tiran por tierra todo el clima de intriga que Stewart supo construir hasta el momento. Allí Legión… deja ver sus verdaderas cartas por primera vez, y la desilusión es enorme. La película se vuelve acartonada y ridícula (véanlo sino a Kevin Durand haciendo a un histriónico ángel Gabriel apretujado en un payasesco traje con alitas) y se dedica a explicitar todo aquello de la trama que pudiera no quedar claro y a pulir las aristas de su discurso inicial sobre la religión (en el que un Dios guerrero y cruel está furioso con el hombre y ordena a sus ejércitos divinos un genocidio planetario) y las bondades ocultas de la humanidad. El cambio respecto al comienzo es impensado, y el volantazo que pega la película resulta intragable: Legión de ángeles vira del buen cine al mainstream más chato y correcto posible. La traición está consumada.