Laberinto de mentiras

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Una vuelta de tuerca al cine de revisionismo histórico, ese que intenta, desde la ficción inpirada en hechos reales, comprender procesos que llevaron a lugares oscuros a la humanidad sin un aparente sentido lógico.
En esta oportunidad la sangrienta gesta del genocidio nazi es abordada por el realizador italo alemán Giulio Ricciarelli en “Laberinto de Mentiras” (Alemania, 2014) desde la particular y acertada mirada del fiscal (Alexander Fehling) que inició el proceso legal más largo de la historia del país sobre los crímenes cometidos en los campos de Auschwitz, con la clara intención de desenmascarar a todos aquellos civiles y militares que estuvieron involucrados en él.
Ricciarelli se esfuerza en dejar en claro que la tarea no fue fácil, al contrario, principalmente porque la inexperiencia del joven fiscal (gran interpretación de Fehling) fue la que habilitó que los mismos avances que lograba, de pura casualidad, también sean los obstáculos con los que diariamente debería lidiar.
De casualidad, y casi intuitivamente Johann Radmann (Fehling) ve en el acompañar a un periodista con sus denuncias sobre un ex comandante, que ahora desempeña tareas como maestro de escuela, la posibilidad de dejar por un tiempo la rutinaria tarea de fiscalizar las penas relacionadas a infracciones automovilísticas en el juzgado.
Recibido con honores de la escuela de leyes, y con la clara misión de poder desarrollar su profesión desde un lugar de ayuda y colaboración para los más necesitados, Radmann, sin saberlo, al comenzar la investigación sobre el profesor iniciará un largo proceso en el que nada ni nadie será lo que aparenta y dice ser.
“Laberinto de Mentiras” posee elementos de ficción legal, aquella que desnudando procesos intenta demostrar la razón de algún suceso o sus orígenes, pero gracias a la clara intención de Ricciarelli de apoyarse en la figura del fiscal como vector narrativo, se termina por construir una épica sobre la búsqueda de la verdad de Auschwitz y también sobre la determinación de los ideales de una persona que intenta llegar a lo más alto en su carrera a como dé lugar.
Y en ese llegar habrá elementos de su propia vida que deberán relegarse o que saldrán dañados, como por ejemplo la relación con su novia o la que mantiene con algunos colaboradores, como su secretaria (Hansi Jochmann) con quien chocará al intentar ceder ante las presiones propias y externas para que deje la investigación.
La reconstrucción de época, la elección de una banda sonora que va envolviendo la ficción con climas sugerentes y atmósferas propicias para la trama, como así también la reiteración de secuencias oníricas pesadillescas que padece el protagonistas, van conformando la trama de “Laberinto de Mentiras” de una manera tan fluida que posibilita el acceso a una temática tan dolorosa y dura de manera imperceptible y natural.
A medida que avanza el relato, también lo hace la conspiración de silencio con la que se mantuvo, hasta entrados los años sesenta, el resguardo de aquellos que participaron de manera directa en el exterminio nazi, y que mantuvo en secreto la verdadera identidad de muchos de ellos hasta que la investigación iluminó su verdadera injerencia.
“Llegaron a casa, colgaron el uniforme y siguieron con la vida como si nada” le dice el fiscal general en un pasaje del film a Radmann, en una de las tantas recaídas de este frente a la poca colaboración que recibe del propio cuerpo de investigación con el que trabaja, pero esa frase, que esconde en su ontología el “no te metas” y el “no digas nada” también es la que alertó la necesidad de urgencia de poder terminar con la denuncia y exposición de todos aquellos que participaron en Auschwitz, y que hasta el momento entraban y salían de Alemania con total impunidad.
Necesaria y pese a algunos clichés y momentos desafortunados (discusión con la novia con “traje” roto como metáfora de la relación), “Laberinto de Mentiras” es una buena muestra de cómo se puede hacer cine con la clara intención de denunciar y esclarecer momentos del pasado para evitar así que se vuelvan a repetir e ilustrar a las nuevas generaciones.