Laberinto de mentiras

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Mejor no hablar de ciertas cosas

El fiscal cazanazis Johann Radmann levanta el teléfono y pregunta a la operadora: “¿Podría decirme a qué país pertenece el código 005411?”. Y aunque ya sabemos, Radmann repite: “Buenos Aires, Argentina”. Es 1958 y Elvis ya es rey. Cuesta creer que, entonces, nadie en la ex Alemania Occidental, mucho menos en el resto del mundo, tiene la menor idea de lo que fue Auschwitz. Prácticamente solo, Radmann (Alexander Fehling), un joven fiscal, alertado por un amigo periodista (André Szymanski), desayuna a la prensa y por extensión a todo el país sobre el Holocausto. Pero es la tragedia de un amigo músico, que perdió a sus hijas gemelas en manos de Josef Mengele, lo que obsesiona al fiscal y lo llevará a rastrear y hurgar en lugares donde se oculta el pasado para atrapar al monstruoso médico. Para entonces, el ángel de la muerte había abandonado la Argentina y se encontraba en Paraguay. La película no alcanza a escarbar el horror, menos aún con su fastidioso énfasis en el drama y el estereotipo de los personajes. Así y todo, Laberinto de mentiras es un atisbo a la locura, la venganza, el miedo, la indignación y toda la gama de sensaciones de un capítulo inexplicable en la aventura humana.