Laberinto de mentiras

Crítica de Jessica Johanna - Visión del cine

Llega las carteleras la película que Alemania decidió mandar para que los premios Oscar tengan en cuenta, Laberinto de mentiras.
El primer largometraje de Giulio Ricciarelli es una película que revisiona parte de la historia de su país que en algún momento supo ocultarse. Este drama con aires de thriller político tiene como protagonista a un joven fiscal que recién empieza su carrera y ve su gran oportunidad de hacer lo correcto cuando un hombre aparece enojado y decepcionado tras ver a un ex oficial de Auschwitz siendo maestro de primaria. Nadie quiere aceptar el caso, nadie quiere meterse en un tema que estaba más bien escondido, pero Johann (Alexander Fehling) lo toma y comienza a involucrarse cada vez más en una trama oscura que lo va alejando de sus vínculos personales. “Nadie pregunta porque nadie quiere saber”, se dice en algún momento.

Hay que decir que Laberinto de mentiras, teniendo en cuenta la reciente noticia, tiene muchos elementos que los premios de la Academia suelen valorar: es un drama histórico que funciona de manera didáctica sobre un tema siempre presente pero desde un lugar menos frecuente. Si llega o no a estar entre las nominadas lo sabremos mucho más adelante, pues las opciones que ya compiten con ella (y todavía faltan las de otros países incluyendo el nuestro) son muchas.

En dos horas, Ricciarelli entrega una película que funciona desde el aspecto narrativo permitiendo conocer el silencio que supo reinar sobre la posguerra, cuando la palabra Auschwitz para la mayoría de las personas ya no significaba ni les rememoraba nada. No obstante, un grupo de personas encabezado por el fiscal en cuestión no pueden sanar ciertas heridas, hayan sido o no directamente afectados, y aunque sólo sea por omisión todos terminan pareciendo culpables.

Acompañado de una banda sonora correcta, Laberinto de mentiras muestra el trayecto recorrido hasta llegar al famoso juicio de Auswitch de 1963. En el medio hay conspiraciones, descubrimientos sobre sus propias raíces, decepciones, y ganas de renunciar a todo, tras prácticamente haber arriesgado su profesión y vida personal. Además entre las detenciones y búsquedas de culpables, las menciones a Josef Mengele y Eichmann se terminan tornando un poco más frecuentes de lo necesario para la trama. “No se trata de castigar sino de las víctimas y sus historias” se reflexiona en algún momento.

Sin dudas un film que funciona para dar a conocer un proceso histórico, una revisión que Alemania hace de su propia historia, sólido y por momentos bastante frío, pero es la mejor manera que el actor, ahora director, Giulio Ricciarelli podría haber encontrado de contar esta historia en Laberinto de mentiras.