La tercera orilla

Crítica de Lucas De Caro - Toma 5

“LA TERCERA ORILLA”: 100% Argentina

Compartir el mate es una acción que se va transmitiendo de generación en generación y que mantiene viva a la cultura argentina. Casi por obligación, nos enseñan a disfrutarlo y compartirlo con los demás y a sentirnos orgullosos del fruto de nuestras tierras, cosa que pasa muy poco con nuestro cine. Por desgracia, esta misma sociedad en la que vivimos también se alimenta de muchos conflictos externos y otros que se encuentran de las puertas para adentro, como los problemas en la familia, en donde otros mandatos son impuestos por parte de los más grandes.
Dirigida por Celina Murga y producida por Martín Scorsese, “La tercera orilla” es la película que fue ovacionada y estuvo compitiendo en la sección Oficial del 64° Festival de Berlín junto a las propuestas de Wes Anderson, Richard Linklater y Alain Resnais, entre otros gigantes. Esta historia nos sumerge en la adolescente vida de Nicolás (Alián Devetac), un muchacho de 17 años que vive en una pequeña ciudad argentina junto a su madre (Gabriela Ferrero) y sus dos hermanos (Irina Wetzel y Dylan Agostini van del Boch). La del medio es la compañera más apegada al mayor a la que se le acerca su fiesta de quince años, mientras que el menor de ellos es el encargado de aportar las cuotas de inocencia y alegría pérdida que ya no poseen sus mayores. Por otra parte, el padre de ellos (interpretado por un sólido Daniel Veronese) es un soberbio médico respetado en su zona que cree que puede silenciar voces y evitar problemas con unos cuantos billetes. Las fallas en la comunicación que él mantiene con su hijo mayor, que vive de respuestas concisas, son las que sostendrán y guiarán el andar de todas las acciones y las emociones generadas a lo largo de todo el relato.
Cabe mencionar que la película contó con una gran cantidad de jóvenes actores no profesionales, quienes lograron demostrar lo contrario con sus actuaciones, especialmente la de Devetac. Alián compone un excelente papel en el que interpreta a un joven desmotivado al que aparentemente sólo lo animan las letras de Charly García y “el Flaco” Spinetta. Tan sólo sus ojos ofrecen una “mirada intensa, provocadora, pero a la vez llena de temor”, como la define la directora en diálogo con La Nación.
Otro aspecto a destacar son las locaciones seleccionadas ya que reflejan lealmente algunos de los espacios más reconocidos por el ciudadano argentino como lo son el colegio, el restaurant, el campo, el club y el cabaret, el lugar donde nada se ve, oye ni escucha. Estos lugares son retratados muchas veces por una cámara que se posa un rato largo y es espectadora de lujo de lo que sucede, como de una escena en un karaoke, la cual no existe manera de no disfrutarla.
También es destacable el gran ojo del mismísimo Scorsese, productor de esta película, que vio en Celina a una gran profesional y una gran autora, apadrinándose así de su nueva obra. Ambos se conocieron gracias a la Iniciativa Artística Rolex para Mentores y Discípulos, que proponía la aproximación entre grandes maestros y artistas jóvenes. Lo que sí no debería fallar para la próxima realización es que la misma arranque con el cartel de “Celina Murga presenta” en vez de con el que lleva el nombre del director norteamericano, quien parece avalar esta cinta a muerte.
En síntesis, si en una época existió la clásica familia italiana creada por Federico Fellini, no hay que tener vergüenza en sacar a la luz la que habita en la Argentina del siglo XXI, que queda atrapada fielmente en esta historia que devela las verdades más ocultas de los entramados familiares. Basta de prejuicios con el cine argentino y empecemos a verlo y difundirlo porque seguramente podamos aprender mucho de él y tener un respiro.