La tercera orilla

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Liberación interior

La cotidianidad no es necesariamente sencilla, y eso Celina Murga lo refleja con maestría en La tercera orilla, a base de planos medidamente rústicos, cuidados juegos de espejos y acalladas explosiones emocionales. Un caudal de tensiones subterráneas y una gracia interna en los ritmos y el tono narrativo permiten conectar de manera inmediata con Nicolás (notable el actor Alián Nevetac), quien podría asociarse a Adéle Exarchopoulos de La vida de Adèle en su expresión expectante, noble y sombríamente revanchista. Y la ambivalencia de su personaje es otro acierto del guion, en tanto Nicolás se esconde bajo la cama para observar a su padre pero también recurre a las trompadas para defender a su hermano o al atentado anónimo para expresar su descontento.

El joven vive con su madre y hermanos y lleva una vida de pueblo del interior, emborrachándose con amigos y asistiendo a sus últimos días de clase, a la vez que su padre (Daniel Veronese, no tan eficaz como Nevetac), que mantiene a otra familia, lo empuja a sucederlo en el laboratorio y a hacerse cargo de sus negocios rurales. El abismo generacional entre ambos se evidencia pronto y se irá agudizando cuando el padre lo quiera iniciar en las escopetas o el sexo de prostíbulo, a lo que Nicolás se negará de manera silenciosa, recortándose del entorno como un santo o un héroe.

Otra virtud del filme y de su naturalismo sólo a primera vista lacónico está en la enorme variación de escenarios, interiores y exteriores, que Murga parece conocer al dedillo: desde el campo abierto a la fiesta de galpón a la estación de servicio de madrugada, la directora construye un universo sólido y atractivo, de thriller infinitesimal (con Martin Scorsese y Gabriel Medina aportando al gesto de género), que tiene en un par de escenas potentes su clímax y superación: cuando Nicolás se arroja a una pileta con lluvia o cuando canta Rezo por vos en un karaoke junto a su desafinada hermana o cuando también junto a ella baila un tango de cumpleaños. Allí Murga logra algo plenamente cinematográfico, liberada ya de mandatos y convencionalismos paternales.