La sospecha

Crítica de Casandra Scaroni - Cinemarama

Ser malo hoy

Como un capítulo largo de alguna serie del estilo de Criminal Minds o CSI, La sospecha es un policial entreverado y confuso. No es que haya que ser un iluminado para entender las peripecias en la pelìcula del canadiense Denis Villeneuve, por el contrario, todos los cabos son resueltos religiosamente y todas las dudas son esclarecidas. El entrevero y la confusión son solo estrategias de un guión que funciona de forma mecánica sin dejar lugar a nada que se le parezca a una emoción real.

La historia es la de dos nenas amigas que en plena celebración de Thanksgiving desaparecen del jardín de su casa sin dejar rastro. En realidad, la historia es la de las familias de las respectivas niñas, y de las distintas formas de hacer frente a la desesperación: depresión, violencia, impotencia; toda la paleta de reacciones posibles está servida como si de un libro de Elige tu propia aventura se tratara.

Los personajes de La sospecha están despojados de toda humanidad y parecen moverse como marionetas que sirven para exhibir las diferentes psicologías y, sobre todo, para plantear un dilema moral. Villeneuve es ambicioso y deja bien en claro que su objetivo no es el goce narrativo. No estamos frente a un thriller como Plan de vuelo, por ejemplo, aunque haya niños que desaparecen misteriosamente y hombres perturbadores rondando (Peter Sarsgaard era quien manipulaba a Jodie Foster en aquella y Paul Dano es el destinatario de la ira de Hugh Jackman en esta). La ambición del canadiense va por otro lado. Con dos horas y media de duración y una solemnidad a prueba de bala, Villeneuve usa a su película a modo de ensayo sobre el mal, y para eso no se va a privar de nada: golpes, torturas, suicidios y serpientes están a la orden del día. Lástima que todo sea mostrado con una lejanía tal capaz de dejar indiferente al más sensible. Lástima que entre tanto soliloquio no se haya podido mezclar alguna emoción genuina: en La sospecha no hay dolor (solo una exhibición de ojos hinchados y moretones) y mucho menos hay lugar para ningún tipo de alegría.