La Quietud

Crítica de Marcos Guillén - Cuatro Bastardos

[REVIEW] La Quietud: del pánico de perder las cosas que tienen.
“Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo: unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen“.

Patas arriba: La escuela del mundo al revés (2008) – Eduardo Galeano

Lejos del contundente y afilado sarcasmo que presenciamos en Carancho (2008), la denuncia de Elefante blanco (2012), o la crónica policial que fue El Clan (2015), esta vez Pablo Trapero se juega por un sutil y enrevesado drama familiar para narrar una realidad tan nuestra, tan históricamente cercana y tantas veces oportunamente olvidada.
Junto a Alberto Rojas Apel, Trapero elabora una historia de corte intimista, que sin embargo enlaza de manera acertada una realidad que hoy sigue pidiendo una lectura profunda. Son tres las protagonistas indiscutibles de este drama; Mía, Eugenia y Esmeralda; las dos hijas y la matriarca de una familia clase alta que lidian no solo con sus desavenencias personales, también con cuestiones de una justicia que lenta pero constante intenta reparar los garrafales crímenes cometidos en tiempos de la dictadura militar.
Una narración que corre por dos vertientes claras; la una, la expuesta y detallada, tiene que ver con la relación que la familia sostiene a base de hipocresías heredadas y aprehendidas. Difíciles de encausar cuando son sustentados por una mujer, Esmeralda (una, siempre, magistral Graciela Borges) que no termina de conciliar su relación con su hija Mía (Martina Gusman) como sí sabe hacerlo, con la otra, Eugenia (Bérénice Bejo). Tan iguales ellas, las hermanas, en la apariencia física como en esa ciertamente incomoda intimidad. Pero una, Eugenia, pudo irse, construir más allá una suerte de vida propia, aunque hipócritamente viva gracias al dinero que su madre le envía constantemente. Y la otra atrapada aquí, en la quietud de esa estancia y el desmedido amor hacia su padre.
Cuando este sufre un ACV en las oficinas de tribunales, en medio de un incomodo interrogatorio, es cuando todos se reencontraran, convivirán y desataran esa murmurada pero constante tragedia en ciernes. Ellas, más allá de la participación de Vincent (Edgar Ramirez) pareja de Eugenia y Esteban (Joaquín Furriel) abogado y amigo de la familia, son quienes tienen que desandar un largo camino de reconocimiento y aceptación. Más allá de toda reconciliación innecesaria es, uno de los fuertes del guion, el realmente terminar de comprender su lugar en esta comedia negra que los padres escribieron con el campo bonaerense de fondo. Ellas lidian con lo adquirido, tanto material como emocional, de manera torpe pero constante como si al fin hubieran decidido terminar con la charada, o quizás a sabiendas de que el tiempo se terminó y hay que ajustar cuentas.
Por otro lado y retomando las dos lineas argumentales, por debajo, sutil corre una historia que las supera, que las hace solo peones en un juego mayor, como es la historia de un país. Y aunque por momentos parezca una anécdota más en el batiburrillo de ellas, es al fin y al cabo quien desata el drama. Arrastradas parecen las tres por fuerzas que no pueden o no saben manejar. Trapero es realmente acertado en la puesta elegida, cruzando por momento la vereda en su relato y hablando de la humanidad que muchos creemos no poseen esos que imaginamos monstruos. Claro que es una rota y desmadrada, donde la empatía es tan circunstancial como profundo el amor de las hermanas.
Filmada con una exquisita puesta en escena, con esos planos secuencias que persiguen a los personajes por la laberíntica mansión campestre, con un elenco entregado, el nuevo film de Pablo Trapero, aunque se siente mucho más personal y lejano a su zona de confort, sigue siendo un narrador incomodo para la platea autocomplaciente, lo mejor de este director, lejos.