La oscuridad

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Cuando las luces se apaguen

El fin del mundo fue contado tantas veces que ya estamos dispuestos a aceptarlo. No será sorpresivo, no nos mostrará nada nuevo. El cine ha explorado todas sus variantes. Sin embargo, en La oscuridad se elige tal vez una de las versiones más sutiles y aterradoras del apocalipsis: se apagarán las luces y los cuerpos desaparecerán en la noche. Vale recodar los famosos versos de Los hombres huecos , de Eliot: “Así se acaba el mundo / no con una explosión / sino con un gemido”.

La oscuridad empieza en el cine de un shopping y un estudio de TV y termina en una iglesia y en una autopista. Tanto esos escenarios como la oposición luz/oscuridad están cargados de un simbolismo cultural que la película no subraya con trazos gruesos, pero que no dejan de ser significativos y funcionales a la vez. De pronto se produce una apagón eléctrico y la gente es devorada por las sombras: quedan sus ropas y sus zapatos vacíos. Sólo se salvan los que están expuestos a alguna fuente de luz alternativa. En este caso, serán cuatro personajes principales: un proyectorista de cine (John Leguizamo), un presentador de noticias (Hayden Christensen), una fisioterapeuta (Thandie Newton), un niño negro (Jacob Latimore) en un bar, y un quinto personaje, secundario, pero importantísimo para la trama: una nena rubia de unos cinco años (Taylor Groothuis)

Todo es austero y de bajo presupuesto en La oscuridad pero a la vez todo es tremendamente cuidado hasta el último detalle. Los efectos especiales se centran en el movimiento de las sombras que a veces adquieren siluetas humanas y otras sólo son una agitación voraz. La fotografía remite a las producciones clase B de la década de 1970, granulosa, con marcados contrastes entre la luz y la tiniebla, lo que da como resultado una imagen espectral de Detroit, la gran ciudad industrial norteamericana donde empezó el apocalipsis económico de los Estados Unidos, cuando las grandes fábricas de autos locales perdieron la competencia contra las japonesas. No en vano la única línea de humor de la película es un elogio a una vieja pick up Chevrolet, que arranca en medio de un cementerio de autos con las baterías agotadas.

Pero por suerte La oscuridad no es una metáfora de la crisis financiera de los Estados Unidos sino una mirada inquietante y a la vez reflexiva sobre el fin de los tiempos en un sentido bíblico. Los sobrevivientes se reúnen en el bar donde está el chico porque en el sótano hay un generador. Allí, los personajes adquieren una densidad dramática inusual en una película de terror. La historia se hace metafísica sin perder suspenso ni tensión.

Cada uno de los protagonistas tiene sus razones para seguir con vida, aunque ninguno entiende lo que está pasando, y esa incertidumbre se transmite a sus acciones en forma de impulsos y reacciones desesperadas. Actúan de manera egoísta y solidaria alternativamente frente a una oscuridad que los repele y los atrae al mismo tiempo con imágenes oníricas seductoras y voces queridas.

Uno puede estar a favor o en contra de las promesas de redención, puede sentirse atraído o repelido por el contenido religioso de este tipo de alternativas en un relato; sin embargo, la belleza visual de la última escena se justifica a sí misma y justifica la historia que la precedió.