La obra secreta

Crítica de María Bertoni - Espectadores

Amor por la arquitectura como expresión de la sensibilidad humana, por las proporciones matemáticas en tanto clave de la belleza, por el dibujo que le niega espacio a la mentira, por la obra de Le Corbusier, por la Casa Curutchet… De las películas que Andrés Duprat escribió y que su hermano Gastón y Mariano Cohn produjeron y/o dirigieron, La obra secreta es sin dudas la propuesta más amorosa (o amorosa a secas, sin adverbio aumentativo). Acaso este punto de inflexión en la filmografía de los autores de Yo Presidente, El artista, El hombre de al lado, Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, El ciudadano ilustre se deba a la intención de homenaje por parte del guionista, y al aporte de la artista y curadora Graciela Taquini que dirigió esta original fusión entre documental, ficción y videoarte.

El largometraje gira en torno a dos personajes: el ignoto arquitecto Elio Montes, fanático de Le Corbusier que trabaja como guía y atípico cuidador de la Casa Curutchet, y el maestro suizo que en 2017 abandona las aguas donde pereció en 1965 para recorrer la ciudad de La Plata, que visitó una sola vez en 1929. Convertido en una entrañable versión holográfica, el bautizado Charles-Edouard Jeanneret-Gris transita las diagonales platenses hasta llegar a la vivienda y consultorio médico que diseñó a mediados del siglo XX a pedido del doctor Pedro Domingo Curutchet. El trailer adelanta el encuentro con el discípulo oriundo de Montevideo, igual que el actor que lo interpreta: Daniel Hendler.

Como Montes, Andrés Duprat estudió Arquitectura en la Universidad Nacional de La Plata y conduce un espacio destinado a la divulgación artística. A juzgar por las características de La obra secreta, también es ferviente admirador “del Corbu” como dice Elio cuando promociona los souvenirs de la visita. Además de rendirles tributo al padre de La máquina de habitar y al arte que consiste en proyectar, diseñar, construir, remodelar hogares, el guionista reivindica la relación –en general inquebrantable– que los simples mortales establecemos con nuestros maestros. He aquí otro motivo por el cual el film resulta amoroso.

Andrés Duprat, Taquini y el asistente de dirección Jerónimo Carranza combinaron con inteligencia y sensibilidad elementos del documental, la ficción, el videoarte. Constituyen el soporte pedagógico 1) las hermosas fotos que Mario Chierico le sacó a la Casa Curutchet; 2) las imágenes de archivo que muestran las Casas de la Weissenhof-Siedlung, el complejo Capitolio de Chandigarh, el Museo Nacional de Bellas Artes de Occidente de Tokio, la Unidad de Viviendas de Marsella, la cabaña de vacaciones en los Alpes Marítimos entre otros palacios concebidos por Le Corbusier; 3) la interesante selección de textos originales del arquitecto suizo; 4) las explicaciones de Elio mientras guía las visitas. Por su parte, la ocurrencia del encuentro entre Montes y el ideólogo del Modulor, la caracterización friki o freaky del primero, la representación holográfica del segundo, la proyección de postales de La Plata actual a la par de los créditos finales concretan el propósito de entretener además de informar y enseñar.

La obra secreta también invita a la reflexión. Las dimensiones histórica, social, estética, matemática, espacio-temporal de la arquitectura, la vivienda como variable de bienestar, el arte como disciplina rigurosa y no como mera actividad decorativa, las limitaciones de la formación académica son algunos de los temas que abordan Le Corbusier a través de sus textos y/o Montes a través de sus parlamentos. Por su parte, Duprat y Taquini señalan el contraste y eventuales contradicciones entre el pensamiento lecorbusiano y nuestro presente, por ejemplo cuando deciden ilustrar la definición de ciudad contemporánea (“hermosa catástrofe”) con un plano general del holograma caminando por una calle cortada por una manifestación política. Los realizadores también abren la discusión en torno a la ¿necesaria o improcedente? separación entre el artista como sujeto creativo y como sujeto político, por lo tanto con simpatías partidarias a veces indigestas.

En esta propuesta generosa en guiños (atención, admiradores de El hombre de al lado), la sociedad creativa entre Andrés Duprat y Taquini parece inspirada en la relación laboral entre Le Corbusier y nuestro Amancio Williams mientras duró la construcción de la Casa Curutchet: el maestro suizo eligió a su colega argentino para que dirigiera la obra diseñada a distancia, y aceptó las modificaciones que éste le sugirió con tino. Este paralelismo alimenta la hipótesis de que Taquini influyó en la decisión de retratar con piedad la obsesión e intransigencia de Elio, así como en la representación posmoderna de Charles-Edouard Jeanneret-Gris.

La ópera prima de Taquini se rodó a principios de 2017, en apenas cuatro semanas, con un equipo técnico y un elenco reducidos (además de Hendler, actúa Mario Lombard que encarna a Le Corbusier con la preciosa voz de Roland Bijlenga). Como muchos diseños del arquitecto homenajeado, esta película es una pequeña gran obra hecha a escala humana.