La noche del demonio: la última llave

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

La noche del demonio: la última llave. Otro viaje al más allá

Todavía resulta increíble que la saga de demonios nocturnos y casas embrujadas que inventaron el director James Wan (aquí como productor) y el guionista Leigh Whanell siga funcionando. La noche del demonio: La última llave vuelve por cuarta vez a la casa del misterio, a los viajes al más allá y a la aparición de Elise (Lin Shaye), la médium que revela ahora el origen de su propia historia.

La película comienza una noche de 1953 -la misma en la que se anuncia la muerte de Stalin con la sugestiva frase: "Los fantasmas del pasado invadirán nuestro presente si no los enfrentamos"- mientras se celebran ejecuciones en una oscura prisión de Nuevo México. En una casa lindante a ese territorio de sombras, es una Elise todavía niña quien batalla con una infancia minada por su inquietante habilidad de contactarse con espíritus y quien se enfrenta a un padre abusivo y violento. La película consigue sus mejores momentos cuando sabe indagar en los secretos que agitan su vida y en el verdadero sentido detrás de su don sobrenatural.

El director Adam Robitel aprovecha el aura de la saga con guiños a las aventuras pasadas (la mención del niño Dalton, los "cazafantasmas" Specs y Tucker), abusa un poco de los chistes tontos, logra escenificar algunas apariciones y potencia la presencia de Lin Shaye, una septuagenaria que nada tiene que envidiarles a las adolescentes emblema del género.