La mujer de los perros

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

El 2015 tiene que ser recordado como el año que, más allá de las propuestas más industriales que llenan salas, el cine argentino permitió recuperar un tipo de películas enfocadas en personajes entrañables y que supieron explorar sus particularidades sin juzgar ni mucho menos censurar.
En el caso de “La mujer de los perros” (Argentina, 2015) de Verónica Llinás y Laura Citarella, la propuesta sigue esta línea y potencia un cine contemplativo y casi documental, pero con una fuerte propuesta en la que la determinación de seguir a la mujer que da el nombre al título (que no es otra que la propia Llinás) en sus rutinas y quehaceres diarios, se quiere hablar de un estado de época en el que la otredad y la importancia por los demás, relacionada a su visibilidad, casi no existe.
La mujer del título es una mujer sola, abandonada, aislada del mundo, que deambula por los campos y la ciudad rodeada de seis perros, sus únicos compañeros y confidentes. No sabemos mucho más de ella más que lo que Llinás y Citarella deciden mostrar. Nunca sabremos cómo llegó al estado actual de su vida, pero tampoco, con el avanzar de la narración, nos importa.
Muchas veces agredida, otras contenida, la mujer de los perros busca objetos en la basura, los recupera y con ellos intentará suplir muchas de las carencias que posee, materiales, principalmente, y que la aíslan o separan del resto de los seres humanos que la rodean.
En la decisión que la mujer de los perros no tenga nombre, ya se presenta la primera decisión política del filme, porque al negarle una identidad social, también se busca desde la propia enunciación una apuesta a la negación intrínseca del personaje que detalla. Igualmente esto no es algo negativo, todo lo contrario, al negarle su nombre también se le plantea su posibilidad de ser un personaje libre que no necesita de nadie para nombrarlo.
Porque esta mujer, a pesar de no poseer nombre, puede, a pesar de todo, avanzar en la vida creando un vínculo tan estrecho con sus perros que nada más necesita para sobrevivir en la sociedad, y llegado el caso que lo necesite, encontrará la manera de hacer notar su necesidad y satisfacerla.
“La mujer de los perros” es una película árida, rústica, dolorosa, estimulante, sin diálogos, sólo se les da la voz a algunos referentes autorizados de la sociedad de la que la mujer fue excluida como puede ser un médico, pero rápidamente esas palabras son suplidas por la exploración de atmósferas y climas desde la música incidental de Juana Molina, melodías que sugieren mucho más que lo que evidencian y que permiten seguir armando un entramado de signos que colaboran a la formación total de este cuento,
“La mujer de los perros” supera sus planteos y termina erigiéndose como un bello homenaje a la supervivencia de los que menos poseen, y también a la habilidad con la que pueden dar pelea y construir desde la nada un nuevo universo que las contiene y acompaña.
Llinás y Citarella logran un filme sólido y contundente que termina denunciando la invisibilidad de los otros ante la inercia y falta de solidaridad, pero también es un filme hermoso, positivo y desgarrador sobre el espíritu de lucha y esfuerzo de una mujer, increíblemente interpretada por Verónica Llinás, con una entrega total, que sólo necesita el amor de sus perros para seguir adelante y superarse.