La momia

Crítica de Juan Ventura - Proyector Fantasma

De Momias, Monstruos y otras yerbas
La nueva película de la momia se erige como la punta de lanza de una franquicia que busca resucitar (nunca mejor usada la palabra) a un grupo de monstruos clásicos del estudio Universal, entre los que se encuentran, por ejemplo, Frankenstein y el Hombre Invisible. Lamentablemente, este gigantesco mascarón de proa (casi tan prominente como la mandíbula cuadrada de su protagonista, Tom Cruise) naufraga en un mar de inconsistencias argumentales, narrativas y la ausencia de un eje claro que guíe la historia a buen puerto.

En términos generales, la historia de base se asemeja bastante a sus predecesoras de la década pasada: la princesa Ahmanet (Sofía Boutella) -única hija del faraón egipcio- hace un pacto con Seth, Dios de la muerte, cuando se entera de que su padre tendría un nuevo heredero varón. Luego de degollar a toda la familia real para recuperar el poder (¿necesitaba vender su alma para agarrar una daga y abrir 3 cogotes?) Ahmanet es capturada y momificada ¡en vida! (fuck logic), antes de que pudiera completar el ritual y así sellar el pacto con la deidad tanática (que incluía el sacrificio de un “elegido” para que Seth pudiera volver a la vida). En fin, todo muy normal…

5.000 años después nos encontramos con Nick Morton (Tom Cruise), un militar ambicioso y sin moral que se dedica al saqueo de tumbas y a la venta clandestina de antigüedades de gran valor histórico y arqueológico. Durante una operación militar en Irak, Morton da con la tumba de Ahmanet y la libera, junto con otro militar y la arqueóloga Jenny Halsey (que justo pasaba por ahí). El problema es que Nick pronto se percata de que, al liberarla, se ha convertido en el nuevo elegido de Ahmanet para consumar la maldición, por lo que deberá escapar a toda costa de la poderosa momia y su creciente ejército de zombies resucitados.

Hasta acá (aún con todas las objeciones que podrías hacerles a las escenas) todo bien. Es más o menos lo que vinimos a buscar. El problema viene después…

La película abandona la historia principal para introducirnos a “Prodigium”, una organización secreta milenaria cuyo objetivo es rastrear, estudiar y aniquilar el mal en todas sus formas y envases. Su líder es el Dr. Henry Jekyll (con un Russell Crowe un tanto grotesco), y dicha organización cumplirá un rol clave en la saga, ya que oficiará de hilo conductor con el resto de las películas de la franquicia.

El problema es que, en su afán por sentar las bases para lo que vendrá, La Momia aparta completamente a su momia protagónica (valga la redundancia y el juego de palabras). Ahmanet pasa a ocupar un lugar bastante marginal en la historia, y termina siendo una mera anécdota en una trama más amplia que se extenderá a lo largo de varias entregas. Como producto de esto, no sabemos muy bien qué es lo que quiere en el presente: ¿para qué quiere consumar la profecía? ¿para recuperar el poder? ¿para conquistar el mundo? Esas preguntas quedan flotando a lo largo del filme y no encuentran una respuesta demasiado coherente.

Para colmo, el director Alex Kurtzman (guionista de La Isla, Misión Imposible III y Transformers, entre otros) decide introducir en el medio un triángulo amoroso entre Nick, Ahmanet y Jenny tremendamente forzado e inverosímil que no aporta nada a la trama.

Tampoco funciona el arco que atraviesa el personaje de Nick, que pasa de ser un desalmado inescrupuloso a un tipo honrado que se sacrifica por los demás sin demasiado preámbulo ni explicación.

Tom Cruise tiene un papel sobrio (como siempre) pero no logra salvar a un filme que no convence ni cuando intenta ser gracioso. En este sentido, carece de la frescura y el espíritu aventurero del que gozaba La Momia de Brendan Fraser, una película quizás más simplona e inocente, pero justamente por ello más entretenida.

La Momia 2017 es un filme que por tratar de sumar a una saga global se olvida de su propia potencia y coherencia interna. Habría que recordarle a los productores de Hollywood que para lograr un todo armonioso, las partes deberían tener una solvencia autónoma. De otro modo, estamos en el terreno de las fórmulas inertes, en donde las cosas suceden “porque sí” o “porque tienen que pasar” para poder llegar de un punto a otro. El cine no se trata del “qué”, se trata del “cómo”; es decir, cómo contamos una historia que nos conmueva y nos movilice durante el tiempo que dura la proyección.

Esperemos que las próximas entregas de este universo cambien el rumbo.

Por Juan Ventura