La maldición de la llorona

Crítica de Yaki Nozdrin - Visión del cine

La leyenda de La Llorona se traslada a la pantalla grande en La maldición de La Llorona, la nueva película perteneciente al universo de El Conjuro.
El director James Wan revivió parte del género de terror de la última década –aunque también podemos destacar la gore El juego del miedo, realizada en 2004–. Tanto La noche del demonio como El Conjuro, trajeron un aire fresco al género. Ambas presentaban propuestas originales y bien realizadas (al menos la primera entrega de ambas, las otras podemos obviarlas). Es el éxito de El conjuro lo que llevó a explotar al máximo el producto, creando un universo al respecto: Anabelle, La monja y ahora La maldición de La Llorona, esta última a cargo de Michael Chaves.

Muchas versiones se crearon respecto a quién fue realmente La llorona. Esta entrega cuenta la historia de una mujer que, en un arrebato de celos tras descubrir a su marido siéndole infiel con una chica más joven, ahogó a sus propios hijos en un río y luego, al percatarse del acto que cometió, se quitó la vida. Su espíritu quedó vagando en un plano terrenal, en busca de otros niños que reemplacen a los suyos.

Luego de ese prólogo, la película salta a Los Ángeles en la década de los 70. Anna (Linda Cardellini), una viuda que trabaja como asistente social, rescata a dos niños de su madre, Patricia Alvarez (Patricia Velásquez), quien los encerró en un armario como supuesta protección a un espíritu maligno. Los chicos son enviados a un orfanato y, pese a la promesa de Anna de que estaránn a salvo, finalmente mueren esa misma noche.

La protagonista de esta historia tiene dos hijos pequeños (Sam y Chris, interpretados por Jaynee-Lynne Kinchen y Roman Christou). El ya mencionado espectro (una mujer con ojos amarillos, que llora lágrimas negras y que porta un vestido de novia), comenzará a acechar a estos dos chicos y hará lo posible para que sean suyos.

Como era de esperar, La maldición de La Llorona no está exenta de decenas de clisés. La película construirá su clima de terror entre apariciones repentinas, puertas y ventanas que se abren y se cierran de golpe, canillas que gotean, sombras sospechosas, y algún que otro lugar común tan típico de este género (y de este extraño universo).

Las actuaciones son una de las pocas cosas (¿o debería decir lo único?) que se puede rescatar plenamente de esta película. La química entre Anna y sus hijos es eficaz y creíble. Otra cuestión positiva podría ser la presencia de Rafael Olvera (Raymond Cruz), un sacerdote “poco ortodoxo” que aporta alguna que otra risa –aunque el guion lo obliga a aparecer y desaparecer cada vez que es conveniente para la trama–.

El guion no logra ser congruente, sobre todo en lo que respecta al espectro maligno, el cual es capaz de desafiar las leyes de la física cuando así lo requiere la trama.

“Pese a ser una película de terror, en ningún momento genera miedo en el espectador. Esto se debe, en parte, al mal logrado CGI de La llorona que resulta exagerado y no deja nada librado a la imaginación”.