La maldición de la casa Winchester

Crítica de Jessica Blady - Malditos Nerds - Vorterix

ADIÓS A LAS ARMAS

Seguimos sumando historias intrascendentes de terror al repertorio.
Cuando pensábamos que el subgénero de “casas embrujadas” se había agotado, los hermanos Michael y Peter Spierig -responsables de la última entrega de la saga “Saw”, “Jigsaw: El Juego Continúa” (Jigsaw, 2017)-, arremeten con esta historia de fantasmas centrada en la mansión del título (no, nada que ver con Sam y Dean), esta famosa casona ubicada en San José (California), perteneciente a Sarah Winchester (Helen Mirren), viuda del magnate inventor del rifle de repetición William Wirt Winchester.

Estamos en 1906, y tras la muerte de su marido, Sarah decide recluirse en la mansión mientras sigue siendo dueña de más de la mitad de las acciones de la compañía. La señora mantiene la casa en constante remodelación, y está convencida de que carga con una maldición por todas aquellas muertes (inocentes o no) a manos de la creación de su esposo.

Ahí es donde entra en juego el doctor Eric Price (Jason Clarke), terapeuta que batalla con sus propios demonios y adicciones, obligado a abandonar su año sabático para examinar a la heredera y determinar su estado mental, por orden del resto de la junta directiva que, obviamente, la quiere sacar del camino.

Un poco a regañadientes, y porque anda necesitando pagar algunas deudas, Price acepta el encargo y se muda a la mansión inmediatamente. Allí conoce a la sobrina de Sarah, Marion Marriott (Sarah Snookk) y su pequeño hijo, quienes viven un tanto recluidos, pero bien cuidados bajo el manto de su tía.

Apenas pone un pie en la casa, Price empieza a experimentar algunos de los hechos sobrenaturales de los que tanto le hablaron, pero les resta importancia, y enseguida lo atribuye a su estado de abstinencia. Pronto descubre que, a pesar de sus supersticiones y creencias, la señora Winchester no tiene un pelo de loca y deberá ayudarla a encontrar las causas que la atormentan a ella, a su familia y a esta casa tan extraña.

“La Maldición de la Casa Winchester” (Winchester, 2018) no aporta nada a un género que venía en ascenso durante 2017 y encontró su mejor expresión, en cuanto a casas embrujadas y posesiones, de la mano de James Wan y sus entregas de “EL Conjuro” (The Conjuring). Los Spierig hacen su mejor esfuerzo a la hora de sumergirnos en el misterio que rodea a la mansión y su relato, pero como muchas de estas historias, terminan cayendo en los sustos fáciles y todos esos lugares comunes a los que estamos acostumbrados.

Cuesta creer que actores de la talla de Mirren o Clarke se presten para estas cosas, pero desde acá no los vamos a juzgar (ni culpar) por apostar a una narración que podría haber explorado temas más interesantes desde la psicología de sus atormentados personajes, ya que todos cargan con sus propios fantasmas del pasado, que nada tienen que ver con lo sobrenatural.

Indirectamente, y creemos que es de pura casualidad (¿o no?), “La Maldición de la Casa Winchester” se relaciona con asuntos más coyunturales. Los fantasmas que pululan por la mansión son almas atormentadas que murieron a causa de la violencia provocada por los rifles, y acá no importa si son víctimas o victimarios. La culpa de estas muertes cae sobre los hombres de la viuda que, en última instancia, cree que el invento de su finado esposo es la verdadera maldición de su familia, y hace hasta lo imposible por redimirse y otorgarle a los muertos la paz que andan necesitando.

La película se estrenó días antes de la masacre de Florida, el ataque a una escuela secundaria que dejó 17 víctimas fatales, y volvió a iniciar el debate sobre el uso de las armas en el país del Norte. Los hermanos Spierig, también guionistas, dejan escapar la oportunidad de sumarse a la discusión desde un género que, con sus mejores exponentes, siempre abogó por las reflexiones sociopolíticas y económicas enmascaradas en zombies, fantasmas y engendros varios.

La gran protagonista de “La Maldición de la Casa Winchester” es, justamente, la mansión en constante cambio. Una estructura enorme repleta de habitaciones, pasadizos extraños y escaleras que no van a ninguna parte, cuya construcción (y destrucción) se extiende a lo largo de las veinticuatro horas del día.

A pesar de los escenarios y la cuidada puesta en escena victoriana, algunos climas bien llevados y una idea de base que podría haber sido explorada con mejores (mucho mejores) resultados; esta nueva propuesta terrorífica cae en el tedio del género y sus clichés más explotados, relegando la importancia de los protagonistas y de esos fantasmas que buscan descanso o venganza, a un segundo o tercer plano.

Todo termina en artificio, con un desenlace apresurado y agarrado de los pelos, adornado con algunos “efectos especiales” dignos de las más jocosas películas clase B. Queremos preocuparnos por los personajes y su padecimiento, pero los realizadores prefieren los espejitos de colores y la musiquita tenebrosa, antes que concentrarse en el desarrollo de los mismos y de una trama bastante floja.

Nos gusta ver a estos grandes actores comprometidos con los géneros, pero no alcanza con los nombres famosos en los títulos; necesitamos de un gran relato de peso para que la inversión (monetaria y emocional) valga realmente la pena, y no nos quedemos con la “historia de fantasmas” vacía de calidad y contenido.

LO MEJOR:

- La casa como protagonista.

- La puesta en escena.

- Bueno, a Helen Mirren le perdonamos cualquier cosa.

LO PEOR:

- Una historia más del montón, plagada de clichés.

- Una idea interesante que se cae minuto a minuto.