La luz entre los océanos

Crítica de Nicolas Mancini - El Lado G

Hermosa visualmente y bien interpretada, pero hay algunas traspiés en el guión que se hacen notar y anulan, en cierta manera, las buenas intenciones del director.

Cuando se habla de faros en la literatura, enseguida resaltan The great Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, To the lighthouse, de Virginia Woolf, o bien Le phare du bout du monde, de Jules Verne. En esta ocasión, el que compete es el que desarrolló y creó la escritora australiana M.L. Stedman en su novela The light between oceans. Tom Sherbourne, el protagonista de la historia, consigue trabajo en el faro de una desolada isla Australiana, convirtiéndose en el único habitante de la misma. Derek Cianfrance, director encargado de llevar la historia a la pantalla, presentó su tercer largometraje de ficción en el último festival de Venecia rodeado de un equipo implacable: Michael Fassbender, Alicia Vikander, Alexandre Desplat y Adam Arkapaw. La conjunción de estos gigantes prometía un alboroto en los sentidos, pero algunos traspiés de guión opacaron, en cierta medida, una conseguida proeza visual.

La luz entre los océanos tiene muchos aspectos en común con las noveleras Blue Valentine (2010) y The place beyond the pines (2012): todas superan las dos horas diez, sus historias dan saltos en el tiempo, el ser humano expone sus miserias y el primogénito obtiene una destacada importancia. La desgarradora Blue Valentine es una lograda bomba nostálgica de parte del autor, completa en su totalidad, efectiva para los sentidos e interpretada de forma excelente por Ryan Gosling y Michelle Williams. Está claro que los tres filmes de Cianfrance siguen la misma línea, pero la plenitud y la sensación de no haber sobrado ni un minuto que deja su ópera prima no aparece en sus otras dos películas.

El romance entre Tom Sherborune (Michael Fassbender) e Isabel (Alicia Vikander) -también enamorados en “la vida real”- comienza en 1926, con la llegada del ex combatiente a los alrededores de la isla. Con el correr del tiempo, el matrimonio atraviesa diferentes etapas. El primer punto de giro es la decisión más desacertada del Cianfrance en toda la película. La historia se altera abruptamente y pierde credibilidad aquello interesante que se había hecho notar en la primera media hora. Este aspecto es potenciado en la mitad de la historia con la aparición de un segundo punto de giro, tan tirado de los pelos como el anterior. La manipulación del director para con el espectador está al tacto de todos los espectadores, subestimados, a veces, por la inocencia descarada de algunas escenas. Se nota a viva voz la -buena- necesidad del director de generar lágrimas y algún que otro planteo ético luego del visionado. Esta intención no se refleja en el desenlace, que llega arreado por la confusa veracidad de las resoluciones anteriores. A causa del cariño hacia los personajes, los mejores momentos del film llegan cuando aflora una tensión límite entre sus destinos, efecto generado consagratoriamente en los melodramas épicos A royal affaire (2012) o Expiación, deseo y pecado (2007).

La isla australiana en donde habita el veterano de guerra Tom no puede ser mejor retratada que por Adam Arkapaw, director de fotografía de True Detective y Macbeth. El DF tiene a su disposición la belleza natural del lugar para hacer desastres. Uno de los planteos fotográficos más bellos de lo que va del año está acompañado por la música del francés Alexandre Desplat, compositor de la banda sonora de El Gran Hotel Budapest, El discurso del Rey y Argo, entre otras películas multipremiadas.

Todas las historias románticas nombradas en este texto llevan consigo el poderoso arma de la nostalgia. Por más que Cianfrance ofrezca un trabajo menor respecto a Blue Valentine, en algunos casos logrará dar frutos a su desempeño de gladiador para conseguir que el espectador se emocione. Los textos banales, las resoluciones simples y la absolución de la sorpresa generan un film semejante a un culebrón que podría haber resultado más interesante si continuaba en el camino de sus primeros minutos. Fassbender y Vikander, que son dos intérpretes en alza de un talento innegable, y el resto de los profesionales que acompañan el proyecto de Cianfrance -incluido el mismo-, jerarquizan, a cierto punto, un melodrama que podría haber sido mucho más de lo que es.