La invocación

Crítica de Maia Debowicz - A Sala Llena

A los fantasmas se les va la mano.

Mac Carter es un director sumamente extraño. Su carrera como cineasta comenzó en 2010 con su ópera prima Secret Origin: The Story of DC Comics, un documental fallido, escrito por Mac Carter y narrado por una voz en off de Ryan Reynolds, que abusaba del tono didáctico y del montaje televisivo. La película, con efectos adversos como la somnolencia y el tedio, recorría década por década el nacimiento de los distintos superhéroes y los éxitos y altibajos de la editorial estadounidense de historietas a través de entrevistas sedientas de emotividad. Tres años después estrenó en Estados Unidos su segunda película, La Invocación, incursionando en el terreno de la ficción para demostrar que, sin importar el “modo narrativo”, su manera de filmar es tan impersonal como regalar bombachas rosas en navidad.

Guionada por el debutante Andrew Barrer, La Invocación relata, con letras gigantes y fluorescentes, las aventuras trágicas que vive una familia al mudarse a una casa habitada por espíritus chocarreros: los fantasmas, bellamente diseñados por el estudio Weta, acosan a los nuevos propietarios con el mismo entusiasmo terrorífico con el que The Cable Guy (Jim Carrey) perseguía a Steven M. Kovacs (Matthew Broderick). El caserón de las sombras atesora un pasado oscuro que late en el presente de cada puerta y ventana del amargo hogar, pero no hay misterios ni tampoco enigmas ya que todos los eventos sobrenaturales son explicados por la voz en off de un personaje en los primeros minutos de metraje.

Las fallas de la película son tantas que se podrían ordenar alfabéticamente, empezando por el despliegue insensato de recursos formales que nada le aportan a las necesidades del relato: el uso excesivo de montaje entrecortado con estética de video clip y la sobreexplicación de las muertes con el insert de las transparencias de los cuerpos. "De todos los géneros, el de terror es el que más añora el silencio. El western se benefició de los diálogos, y los musicales y el género negro son impensables sin palabras. Pero en un film de terror clásico, casi todo lo que se pueda decir sonará superfluo o ridículo", afirmaba Roger Ebert en su crítica de La Caída de la Casa Usher (Jean Epstein, 1928). Mac Carter, como el peor alumno de Robert Ebert, opta por el camino opuesto: tatúa las lenguas de los personajes con textos reveladores para que escupan líneas de diálogo como semillas de mandarina.

Los fantasmas actúan de manera contradictoria ya que los móviles narrativos son traicionados para diluir a la película de terror en una serie reducida de sobresaltos anunciados (por ejemplo, cuando el fantasma de corta edad rompe la cuarta pared para que el espectador salte de la butaca). La mayoría de las películas de terror norteamericanas contemporáneas mastican ese viejo cine de género valioso y perturbador, pero su sistema digestivo es tan veloz que solo pueden exhibir un inodoro vómito cinematográfico, con partículas de alimento reconocibles pero totalmente destruidas; sin forma. Quien muera o sobreviva en La Invocación no nos quita el sueño porque, si no le importa al director, ¿a quién le va a interesar?