La increíble vida de Walter Mitty

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Mario Benedetti en “La Tregua” desarrolló una historia de amor entre un hombre de oficina, gris, aburrido, ensimismado en sus tareas, y una mujer “despierta”, alegre, e innovadora. Ben Stiller en “La increíble vida de Walter Mitty”(USA, 2013) ha leído y releído éstas páginas (y las que ha escrito James Thurber) y ha logrado construir una épica de superación personal en la que el amor, sin quererlo, va a guiando los pasos de un hombre perdido en su rutina y trabajo.
El Mitty del título (Stiller), es uno de los miles de eslabones dentro de la inmensa “cadena de producción” de la mítica revista LIFE. Capitalismo mediante, un día llega a las oficinas (en su cumpleaños número 42) y le anuncian que el semanario fue vendido y que pasará a tener una edición online.
En ese “pasaje” a lo virtual, además, habrá una reestructuración en la que algunos (varios) empleados pasarán a “mejor vida”. Mitty vive en un mundo de sueños, y más allá que comprende la gravedad de la situación, cree que por lo importante de su tarea (a su entender) no será removido de su puesto.
Sorpresivamente recibe un misterioso paquete en el que uno de los fotógrafos estrellas de la revista, Sean O’Connel (Sean Penn), le ofrece la posibilidad en un negativo (el número 25) de “descubrir” la “quintaesencia” de la vida. Y como en toda historia tiene que haber un objetivo y un obstáculo principal, ese negativo, el que será la portada del número de cierre de LIFE se extravía.
Con la ayuda de Cheryl (Kristen Wiig) comenzará a desplegar su acotado sistema de descubrimiento de pistas e indicios (que además harán que su vínculo con ella se estreche) que lo hagan acercarse a O’Connel para recuperar el negativo 25.
En sus películas anteriores, y más allá de lo comercial de las mismas, Stiller pudo construir dos potentes discursos sobre síntomas de época en anteriores realizaciones. Si en “Reality Bites” (USA, 1994) el tema principal fue la abulia y apatía de la generación X, en “The Cable Guy”(USA,1996 ) la problemática psicológica de la posmodernidad (con sus obsesiones derivadas) era trabajada en clave de comedia negra, en esta oportunidad nos habla de la dificultad de relacionarse en la vida “real” de los seres humanos; personas escindidas entre su “YO” virtual y el verdadero que no descubren estímulos más que los emitidos por los dispositivos electrónicos de entretenimiento.
Este punto además lo presenta en contraposición a lo anacrónico de la tarea de Mitty, una persona que se encarga a archivar negativos, en una época en donde la captura y el “revelado” de las imágenes es digital.
Mitty sueña mucho, y despierto, “se desconecta” (en palabras de su madre y hermana, Shirley MacLaine y Kathryn Hahn respectivamente) y se arma una historia diferente a la real (escenas en las que Stiller despliega todo un arsenal de efectos y virtuosismo), una narración paralela de acontecimientos que a medida que la “búsqueda” de él avance irá quedando en un segundo plano.
Hay varios momentos divertidos con críticas a la manera en la que estamos viviendo, por ejemplo al excesivo y paranoico control en aeropuertos (escaneo de cuerpos), al desmantelamiento de las empresas (Ted Hendricks, el personaje interpretado por Adam Scott, exacerbado en sus características maniqueas, es uno de los puntos fuertes del filme) y un interesante trabajo con los colores (hombre gris vs mundo real) al inicio de la película.
Stiller se apoya en una banda de sonido estimulante y una fotografía impactante para construir un relato épico, nostálgico, de amistad y amor, búsqueda personal, transformación y superación, con grandes actuaciones de secundarios (MacLaine, Penn, Scott), y que más allá de lo fallido que pueden ser sus propuestas en algunas oportunidades, lo afirman como un realizador personal e interesado por la sociedad en la que vive.