La hermana de Mozart

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Armonía y contrapunto.

La música como concatenación de sonidos armónicos ha desatado las pasiones más diversas, al igual que otras disciplinas artísticas. El arte, al ser un lugar de creación y de experimentación con materiales, conduce al ser humano hacia espacios desconocidos, que transforman la realidad e introducen nuevos significados y formas de percepción del mundo.

La Hermana de Mozart es una reconstrucción histórica sobre la familia del famoso compositor, que hace hincapié en la gira que realiza el clan durante la niñez de Wolfang Amadeus para presentar al niño prodigio en sociedad. El director, actor y guionista René Féret se sumergió históricamente en la sociedad francesa aristocrática del siglo XVIII para llevar a Nannerl Mozart y a Wolfang por las cortes europeas de la mano de su padre Leopold, músico de la corte del príncipe arzobispo de Salzburgo.

Debido a la gira, el talento de Nannerl es rápidamente reconocido y entabla amistad con el recientemente enviudado Luis Fernando de Borbón, Delfín de Luis XV y heredero al trono de Francia. Mientras que la afinidad melómana ayuda al Delfín a salir de la depresión por la muerte de su esposa e hija, Nannerl abandona a su familia en medio de la gira para volver a París y componer algunas sonatas y minuetos para el heredero al trono.

La corte francesa y la vida de la familia es reconstruida en toda su severidad poniendo énfasis en la rigidez de las relaciones protocolares de la época y sus costumbres. La película logra exitosamente crear una atmosfera dieciochesca en ambientes de estilo rococó, alrededor de una Francia cuya influencia en la política europea se desmoronaba alrededor de ministros que gobernaban caóticamente ante la ausencia de un Rey que practicaba el libertinaje y la concupiscencia a la vista de todos los franceses. De esta manera, La Hermana de Mozart vuelve la mirada hacia una época y una sociedad donde la mujer no podía aspirar a ocupar un lugar en el mundo de la música, quedando relegado su talento al ostracismo, siempre a la sombra de algún hombre.

Con una gran escenografía, un excelente vestuario y un gran maquillaje, la película de René Féret apuntala buenas actuaciones y consigue retratar la idiosincrasia del siglo de las luces en una Francia que se aproximaba a su gran revolución. Cuando los grandes relatos aparecen a la orilla, las historias marginales ocupan su lugar y personajes que parecían relegados a un segundo plano cobran una grandilocuencia discreta pero firme. A través de la indagación histórica, vemos el mundo oculto detrás del talento y nos perdemos en la pasión de las cenizas de las armonías perdidas.