La Guayaba

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Con varios cortos en su haber, el realizador Misionero Maximiliano González impacta con su segundo filme “La Guayaba” (Argentina, 2013) de manera doble. Por un lado trabaja tangencialmente con la temática de la dictadura, y por otro lado, el eje central, sobre la trata y explotación de mujeres.
Florencia (Nadia Ayelen Giménez) es una joven de 17 años que vive de manera humilde con su familia y pasa todas las tardes jugando con su pequeño hermano Joaquín (Álvaro Sacramento). Por las noches con el niño se escapan de la pequeña y atiborrada casa para encontrar imágenes formadas en el cielo por las estrellas. Mientras lo hacen comen el fruto del árbol que da nombre al filme.
Un día es tentada por una mujer que con regalos y falsas promesas de un trabajo bien pago se la lleva casi a su pesar a la tierra prometida. Pero ese paraíso de perlas de plástico y dinero casi instantáneo termina transformándose en una cárcel con forma de cabaret de mala reputación perdido en algún lugar del litoral. Un plato de comida por un cliente le dice Raúl (Raúl Calandra) su dueño, su amo, su primer hombre forzado, y así Florencia comenzará a transitar en la prostitución de manera obligada y controlada por el Oso (Lorenzo Quinteros) y la pseudo madama Bárbara (Bárbara Peters).
Ella pide ayuda a aquellos “clientes” que ve con ojos buenos. Pero lo que no se da cuenta es que todos están inmiscuidos dentro de una red que contiene al alicaído cabaret y que es sostenida por policías, gobernantes, profesionales y etc. “Lo lindo se termina rápido” le dice Bárbara, y ella espera que alguien la rescate. La visten, le dan tacos, la joven/niña intenta hacer lo que le piden, pero no puede.
“Ningún trabajo es fácil” le escupen en la cara. Y ella lo sabe. Y llora y sufre. Y sueña con su hermano y las estrellas. Un día hay un accidente en la puerta del cabaret. Florencia aprovecha que todos están ayudando a las víctimas y sale afuera.
Alguien la mira desde dentro de un vehículo. Le gritan y la obligan a volver. En ese gesto de acompañar aunque sea sólo con una mirada estará luego su posible salvación, porque sin adelantar mucho, en un momento alguien, gracias a Dios, finalmente le dará una mano a Florencia.
González filma “La Guayaba”, que ya pasó por el Global Peace Film Fest 2013 y el Festival de Manheim-Heidelberg 2013, no tanto desde un lugar de suntuosidad o exageración, sino más bien desde la simpleza y lo básico de colocar la cámara expectante de las situaciones. Con grandes momentos de digresión, planos detalles, principalmente de los objetos y vestimenta de Florencia, como así también la utilización de algunas elipsis (pasos por escalera) hacen que el centro de la película sea lo que denuncia más allá de cómo lo hace.
Casi al finalizar y luego de una reflexión de la protagonista que hace de esto de “sin clientes no hay trata” una declaración inobjetable, aparece la gran Marilú Marini en un papel que dará mucho que hablar y que la hace la portavoz del mensaje sobre la dictadura que mencioné al inicio de esta reseña. Honesta, simple, sin ambiciones más que la de contar y denunciar, “La Guayaba” cumple con las premisas que quiso contar y un poco más.