La gran fiesta de Coco

Crítica de Guadi Calvo - Subjetiva

Estreno inexplicable

Coco es tan descerebrado que no se entiende como pudo haber hecho tanta plata en tan poco tiempo. Su rubro son las aguas minerales y es lo único que le interesa, además de la ostentación y el boato con un gusto que ni que el propio Carlos Menem habría lucido en la gloriosa (para él, claro) década del ’90.

El protagonista prepara el bar mitzvah de su hijo con seis meses de antelación, para que la fiesta sea un verdadero acontecimiento nacional. Como es obvio, al igual que toda la película, que los festejos son por él, y su hijo es solo una excusa para desplegar su plumaje de pavo real, muy pavo realmente. Pero algo sucede que lo lleva a reflexionar y actuar en consecuencia.

Lo cierto es que no hay mucho más para decir y la pregunta que se desprende de semejante engendro francés vacuo, atiborrado de clisés y mal gusto, es cómo pudo llevar más de tres millones de espectadores a las salas de su país.