La gran fiesta de Coco

Crítica de Eugenia Saúl - Crítica Digital

El Bar Mitzvá más exitoso del cine francés

La película más taquillera de Francia del año pasado es una prueba del mal estado en que se encuentra la comedia europea, epecíficamente la francesa, cuya cinematografía nunca se destacó a través de ese género (salvo por ya viejas, históricas y hermosas excepciones). En ese país –en ese continente–, la comedia es todavía un género absolutamente inmaduro.

De enorme y ostentoso presuspuesto, la primera película del famoso (en Francia) comediante Gad Elmaleh se presenta con una insistencia en el humor tonto y una evidente torpeza para manejar el ritmo de la comedia. Pone por momentos el énfasis en el humor físico, pero lo hace sólo con el protagonista, Coco (interpretado por el director), a quien convierte en una especie de caricatura. El registro bufonesco no hace otra cosa que aislarlo y ridiculizarlo, porque no se aplica en absoluto a los demás personajes, salvo quizás al de la madre, otro objeto no identificado pero definitivamente molesto en la película. Es con este personaje (puro cliché: madre judía pesada) cuando se pone en escena el humor más rancio de todos, por ejemplo, reírse de platos exóticos marroquíes. Por otro lado, tampoco se entiende qué tiene de gracioso el hecho de que nadie, en toda Francia, pueda pronunciar bien “Bar Mitzvá” (y todo gira en torno a un Bar Mitzvá).

La película sigue en ese orden: forzar chistes alrededor de la vida de un nuevo rico judío francés, pomposo, excéntrico, vanidoso, y los bochornos que puede causarle su familia en público. Sobre todo, La gran fiesta de Coco dedica gran parte de su intención de comedia a la desmesurada cantidad de plata que puede llegar a despilfarrar el personaje. Pero si es un hombre rico, ¿qué novedad o gracia hay también en esto? Ninguna, sólo un comentario sobre el nivel de frivolidad y superficialidad al que puede llegar el hombre en esta terrible sociedad de consumo, en detrimento de los valores familiares, que son lo importante. Es cuando el personaje se da cuenta de esto que, ahí sí, desaparece cualquier atisbo de comedia.