La espía roja

Crítica de María Bertoni - Espectadores

Al término del invierno boreal de 1999, años después de que un ex agente de la KGB la deschava como informante clave, la octogenaria Melita Norwood inspira varios artículos periodísticos y el documental The spying game, producido por la BBC. Casi dos décadas más tarde, Jennie Rooney convierte a aquella atípica bisabuela inglesa en protagonista de la novela Red Joan. Enseguida, la misma autora, la guionista Lindsay Shapero y el director Trevor Nunn adaptan la ficción para la pantalla grande. La espía roja podrá serle fiel a la pieza literaria, pero no a la asistente del director de la Asociación Británica de Investigación de Metales No Ferrosos, que filtró documentación clasificada hacia la Unión Soviética entre fines de los años treinta y principios de los setenta.

La protagonista del film guarda silencio cuando un cronista le pregunta cuánto dinero cobró por la entrega de información. En cambio, según el diario New York Times, la mujer de carne y hueso respondió: “Hice lo que hice, no por dinero, sino para ayudar a impedir la derrota de un sistema que se esforzaba por costearle al ciudadano común los alimentos y tarifas que pudiera pagar, y un buen servicio de salud y educación”.

La mención de este contraste entre ficción y realidad ilustra la descomunización que Norwood sufrió a manos de Rooney, Shapero, Nunn. Su alter ego Joan Stanley hace lo que hace, no por convicción política, sino por amor (a un novio y a la Humanidad).

La espía roja parece haber sido producida en plena Guerra Fría. Winston Churchill habría disfrutado de este largometraje donde los británicos lidian con aliados peligrosos y a la vez inferiores: los comunistas por manipuladores, traicioneros, desestabilizadores; los yankees porque –además de ambiciosos– se comportan como monos con gillette. El Primer Ministro y pintor aficionado habría valorado la impecable reproducción de época, sobre todo la reconstrucción de los interiores de la British Non-Ferrous Metals Research Association, a juzgar por las fotografías disponibles en The Oldcopper Website.

La siempre convincente Judi Dench encarna la versión octogenaria y la dúctil Sophie Cookson (algunos espectadores la habrán visto en la serie Gypsy), la versión veinteañera de Joan. El desdoblamiento recuerda aquél dispuesto para la adaptación de otra novela “inspirada en la vida real”, la multipremiada Iris de Richard Eyre. En aquella película de 2001, Dench interpreta la versión veterana y Kate Winslet, la versión joven de la escritora irlandesa Iris Murdoch.

La sensación de déjà-vu vuelve a aparecer ante la decisión narrativa de recrear el pasado de la protagonista en el marco de una interpelación realizada en el presente. Joan recuerda por exigencia de los policías que la interrogan; Iris intenta hacerlo a instancias de un marido empecinado en rescatarla de las garras del Alzheimer. Por distintos motivos, la memoria está en juego en uno y otro film.

El amor (verdadero) también interviene de manera decisiva en ambas películas. En La espía roja, libera a la protagonista de una tela de araña casi tan viscosa como aquélla que la enfermedad del olvido les tejer a sus víctimas desprevenidas.

El largometraje de Nunn invita a una aventura con pocos riesgos. Acaso el toque feminista consecuente con nuestra época sea la característica más innovadora de esta apuesta, contemporánea pero absolutamente convencional, al espionaje de antaño.