La doble vida de Walter

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Esta nueva incursión de la realizadora, otrora niña prodigio de la factoría hollywoodense, Jodie Foster tiene el mérito que, a pesar del paso de los años, incursionar por tercera vez sobre un tema (que ya parece una obsesión personal) complicado, como es la constitución, sostenimiento y reparación de las relaciones humanas dentro de una familia disfuncional.

Las dos primeras, ambas de la última década del siglo XX, “Mentes que Brillan” (1991) y “Feriados en familia” (1995), no presentaban un texto tan turbulento y negro como el presente (ya desde el apellido del personaje principal), tenían vertientes más livianas de lectura y observación.

En este caso la locura se hace presente desde el inicio, con una voz en off, luego la identificaremos como de la del mismísimo protagonista, que nos anticipa una patología grave. Él, Walter Black (Mel Gibson), jefe de la familia Black, lo reitero pues no creo que sea casual, es un ser depresivo grave, casi entrando en la cronicidad. Lleva mucho tiempo en ese estado, tanto que su mujer Meredith (Jodie Foster), cansada de lidiar con la enfermedad, e intentando al mismo tiempo preservar la salud de sus dos hijos, lo echa de su casa. ¿Santo remedio?

La familia, bastante acomodada económicamente, dependía de él, de la empresa de juguetes que había heredado de su padre, pero que en su estado mental actual había casi abandonado y llevado a una posible bancarrota.

Todo esto ocurre en los primeros minutos de la historia, incluyendo el fallido intento de suicidio por parte de Walter, el encuentro con un muñeco, un títere de peluche con forma de castor, dejado en un tacho de basura, abandonado, rescatado por Walter. Colocado en su brazo izquierdo es promovido en esa relación objetal, no muy normal por supuesto, al rango de substancia mediadora, como un otro que yo separado y será utilizado para satisfacer necesidades cuasi primarias, como lo es la comunicación con los otros.

Se pone en juego la posibilidad de reconstituirse en la familia, sobre todo a partir de la aceptación de esos nuevos códigos de convivencia que impone el “enfermo”, quien obliga a los otros a comunicarse con él a través del muñeco. Esto derivará irremediablemente en un estado de manía extrema, que cerraría por definición en un diagnóstico de psicosis maniaco depresiva, llamado actualmente trastorno bipolar.

Pero como nada en el cine es tan simple y lineal, sobre todo el de Hollywood, guionista y directora debieron construir y desarrollar subtramas que sostengan y eviten la asfixia del espectador en relación al drama vivido por el personaje protagónico.

La principal de estas historia paralelas es protagonizada por su hijo mayor, Porter (Anton Yelchin), un adolescente que todo lo que desea es diferenciarse lo máximo posible de su progenitor, eso y su relación bastante tortuosa con una joven compañera de escuela, Norah, interpretado por la talentosa y bella Jennifer Lawrence, nominada al Oscar por su labor en “Lazos de Sangre” (2010). El otro hijo, bastante menor, parece no darse cuenta de la problemática familiar, sólo siente, y así lo manifiesta, la ausencia de su padre.

Esto parece ir en detrimento de la posibilidad de profundizar sobre el eje principal de la historia, pero, a riesgo de caer en los clisés del genero, Jodie Foster se va alejando, utilizando por momentos el humor absurdo, en otros casi rayano en lo sádico, y en otros hasta irreverente, no muy bien visto en la factoría cinematográfica de la madre patria del norte.

A confesión de partes he de decir que esta a flor de piel la tentación de tomar como parámetro de análisis del filme la vida cotidiana de Mel Gibson, con todas las aberraciones cometidas por éste, a saber de sus decires antisemitas, homofóbicos, discriminadores, y sus haceres violentos, alcohólico, padre abandónico, estaba al alcance de la mano, pero no sería justo.

Mel Gibson compone muy bien a su personaje, tiene, y los utiliza, un sinfín de recursos gestuales, faciales, corporales, hasta los cambios de tono en la voz que acrecientan el valor del filme y están en perfecta armonía con el despliegue de Jodie foster dentro de su personaje, que hace que ambos sean creíbles y denota una química entre ambos muy pocas veces vista.

Hasta se lograría decir que toda su prestancia se podría deber a lo que pareciera ser una producción hecha a contramano de los cánones del genero, pero al último giro de la historia, que no va en linealidad con el resto, le cabría ser leído como un cierre de culpa, castigo y redención, y estos dan por tierra con ese lastimoso intento.

Lo único peligroso e importante a señalar desde el discurso del filme es que este puede ser tomado como un burdo catalogo de autoayuda psicológica con el nombre de “cúrate a ti mismo”, con recetas tipo de dietas para adelgazar.

Calificación: Buena (Lic. Héctor Hochman).