La danza de la realidad

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

El retorno del psicomago

Alejandro Jodorowsky, chileno que filmó su obra maestra en México, desde donde obtuvo reconocimiento internacional, es una de las influencias menos reconocidas y más retorcidas en la historia del cine. El topo, aquel western transfigurado, poblado de locaciones surrealistas y personajes deformes, llegó a llamar la atención de John Lennon, quien financió la realización de su siguiente film, La montaña sagrada, donde define un estilo que influyó en gente tan diversa como Darren Aronofsky y Marilyn Manson. A los 85 años y a más de dos décadas de su último film (un período que invirtió en el tarot, la poesía y su gran creación, la psicomagia), Jodorowsky regresa con una película que es vista como su propia Amarcord, una mirada hacia el pasado, a su infancia en el pueblo costero de Tocopilla, a los recuerdos del niño judío perseguido y a los fantasmas que poblarían sus películas. En esos complicados giros que son su pura esencia, el hijo del director, Brontis, representa a su padre, un militante comunista, y luego el joven Jodorowsky (Jeremías Herscovits) se encuentra con el propio director, en una escena fantástica que recuerda en mucho a El otro de Borges. La danza de la realidad no va a sorprender a los fans de Jodorowsky, pero para los neófitos resulta una buena introducción a su filmografía.