La dama de oro

Crítica de Federico Bruno - Fancinema

En búsqueda del Klimt perdido

María Altmann (Helen Mirren) es una anciana judía que intentará recuperar el Retrato de Adele Bloch-Bauer, robado por los nazis y en la actualidad expuesto en la galería del Estado de Austria. El resto de los ciudadanos lo rebautizó como La dama de oro o La Mona Lisa vienesa, aunque para ella simplemente se trate de la imagen viva de su tía sobre un lienzo, pintada por el simbolista Gustav Klimt cuando era apenas una niña. Mirren es camaleónica, ahora dueña de una tienda de ropa y hace algunos años la reina Isabel II, en ficciones o historias reales hace de la primera persona su patria. En sintonía, el director inglés -había filmado Mi semana con Marilyn y David Copperfield- comparó esta historia con la lucha de David contra Goliath.

En 1998, luego del fallecimiento de su hermana, Altmann revisa viejas pertenencias cuando encuentra una carta que es el detonante de la investigación. Para el asesoramiento jurídico llama al hijo de una amiga, el joven ambicioso Randol Schoenberg (Ryan Reynolds) que acaba de entrar en un prestigioso estudio de abogados pero encuentra los tiempos para especializarse en arte, cuando averigua que la pintura en cuestión es una de las más cotizadas en el mundo. Ya en Viena, reciben la colaboración de un periodista (Daniel Brühl, ex bastardo sin gloria) que investiga el pasado nazi en Austria y, de la misma manera, hace una suerte de reparación histórica con sus orígenes.

¿Helen Mirren hace de Helen Mirren? La ganadora del Oscar encuentra un personaje que no solamente le queda cómodo, sino que podría ser hasta ella misma. Desde su vestuario y postura hasta su soberbia. Sigue siendo una femme fatale. El gobierno de su país la enfrenta en una batalla legal donde siempre parece indefensa, la estrategia es que desista o que muera. Ella siempre mantiene una calma que llega a exasperar, sobre todo cuando cambia de pareceres con su abogado. “Le encantarías a la prensa”, dice Schoenberg en un momento y algunos rieron en la sala.

Entre los momentos más dramáticos de la película está el saqueo del violonchelo Stradivarius de la casa de la familia Altmann. Era del padre de María, en los momentos de mayor violencia y represión, él seguía tocándolo todos los días a las 6 de la tarde. Como analogía de la orquesta del Titanic. El soundtrack está a cargo de dos pesos pesados: Martin Phipps y Hans Zimmer.

Las actuaciones son correctas y la mano del director -vasta experiencia en documentales- se hace notar en los flashbacks de la protagonista, en la medida que recuerda los tormentos del Holocausto por las calles donde ahora vuelve a transitar. Parecen imágenes de archivo. La contextualización está bien lograda y los climas también; con la misma temática, mayor presupuesto y un mejor reparto hicieron un bodrio como Operación Monumento.

Las referencias al Tercer Reich terminan inevitablemente relacionando algo con Argentina. Hubiera sido un buen plan para un domingo en la casa de China Zorrilla.