La cumbre escarlata

Crítica de Martín Pérez - DiarioShow

Espectros y algo más

En "La cumbre escarlata" la joven Edith Cushing es arrastrada a una casa sobre una montaña de barro rojo sangre. Un lugar lleno de secretos que la atraparán por siempre. Si bien peca de previsibilidad, de todos modos inquieta y hace pasar un buen (mal) rato.

"Los fantasmas existen, eso lo sé”, dice al comienzo del filme dirigido por Guillermo Del Toro su protagonista, Edith Cushing (Mia Wasikowska). La joven aprendiz de escritora ha convivido con la presencia de espíritus desde pequeña, cuando su fallecida madre se presenta de vestido negro y espectro zombie para advertirle que tenga cuidado en “La cumbre escarlata”. La chica pasa años sin tener idea de qué se trata esa precaución, pero lo descubre cuando conoce a Sir Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), un extraño inglés que está de visita en Estados Unidos junto a su hermana. Edith se enamora del europeo, que guarda un oscuro secreto. Hay casamiento y mudanza a lo que se conoce como “Cumbre escarlata”, llamada así debido a que en la zona en la que viven los hermanos Sharpe, crece arcilla que se mezcla con la nieve y torna el paisaje de un color rojizo intenso, similar al de la sangre. Allí, Edith descubrirá ese misterio que rodea a su ahora marido y su hermana.

“No es una historia de fantasmas, es una historia en la que hay fantasmas”, explica a un editor la señorita Cushing sobre el libro que quiere publicar, pero también, por algún motivo inexplicable, es un guiño al espectador sobre el filme. A pesar de estar catalogada como “terror”, la invención de Del Toro (también es guionista) se vuelca al thriller cuando todo apunta a Thomas y su hermana, su vida y su pasado, y los fantasmas, que a priori aparecerían en rol principal, terminan siendo más testigos (importantes, eso sí) que preponderantes. La oscuridad disfrazada de gótico y en ruinas que muestra “La cumbre escarlata” es el gran acierto del largometraje, que, si bien como se dijo es un tanto mentiroso en su promoción, es interesante. Peca de previsibilidad, pero de todos modos inquieta y hace pasar un buen (mal) rato.