La casa de las masacres

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

La casa de las masacres es un hachazo al cine de terror

Sin pretender la sorna ni el chiste fácil, se podría decir que la única masacre de La casa de las masacres es la que su director, Tony E. Valenzuela, comete contra el cine de terror.

El teórico André Bazin decía que es preciso que podamos creer en la realidad de los fenómenos sabiendo sin embargo que son trucados. Y esa es la principal falla de la película, basada en uno de los más desconcertantes asesinatos perpetrados en Iowa en 1912 contra una familia, también conocido como “los asesinatos con hacha en Villisca”.

Los protagonistas son tres jóvenes que están terminando el bachillerato: Caleb y Danny, dos amigos que comparten el interés por la búsqueda de actividad paranormal, y Jessy, la chica nueva del colegio a quien los jóvenes incorporan para ir a visitar la casa de los asesinatos, que en la actualidad es un museo para turistas.

La casa de las masacres hace todo lo que no se debe hacer. El abuso del trazo grueso para contar la historia, la despreocupación por la lógica y la verosimilitud de la trama, la mezcla de subgéneros irreconciliables (el de fantasmas y el de historias basadas en crímenes), la mala utilización de los recursos del género (el sonido que sube de golpe, las apariciones repentinas, focos que se prenden y apagan), las pésimas actuaciones, la incorporación de personajes insólitos (una mujer que aparece de la nada), el desenlace descabellado y ridículo, la historia de amor que termina de la manera más cursi y trillada, son algunas de las muchas falencias que tiene la película.
Pero el problema ni siquiera es todo esto, sino que encima se nota la intención de incorporar a la fuerza los mencionados elementos y recursos, como si el uso de los mismos fuera una obligación más que una necesidad del relato.

El filme no muestra en ningún momento un mínimo de sensibilidad hacia el terror. Los personajes están delineados de la manera más cuadrada, al igual que la historia. Y lo peor de todo es que no mete miedo en ningún momento, ni siquiera un simple susto.