La casa de las masacres

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Cada vez pasa menos, pero todavía es común leer a críticos enojados con los estereotipos. Que la repetición, que siempre lo mismo, que la originalidad. Pero el terror es un género que respira gracias a la fuerza de personajes, conflictos y situaciones previsibles: como en una buena parte de los relatos clásicos, no se trata de innovar, sino de entender las reglas y de ejecutarlas con eficacia. El respeto por la fórmula vale más que cualquier ruptura o presunta novedad. La casa de las masacres (el título local miente: solo hay una, en singular) sugiere que lo suyo no son esas veleidades, sino la confección correcta, casi sumaria, de los lugares comunes mínimos del género. Tres personajes desclasados salen a buscar una aventura que el pueblito y sus habitantes provincianos parecen negarles. El director retrata bien esa escena primigenia tan cara al cine norteamericano y hasta se anima a hacer algunos planos lindos que señalan una leve nostalgia por el fin de una era: terminar el secundario, ingresar a la adultez, irse del pueblo. La película no promete nada muy elaborado y uno la mira sin esperar mucho; ese contrato funciona, al menos hasta que los personajes entran de noche a la casa del título y el director demuestra no tener idea de qué hacer de allí en más. Algunos sustos forzados vienen a remediar una incapacidad absoluta para construir suspenso y una pareja de bullys cumplen pobremente con la tarea de proveer una amenaza. Ese horror precario deja paso a la psicología y a unos flashbacks imposibles que interrumpen la acción y subrayan que las peripecias del trío se parecen más a un ajuste de cuentas con su propio pasado que a una situación real de peligro. El terror como diván berreta. Hay almas en pena, nenas muertas y posesiones, pero todo se vuelve el insumo de una catarsis grupal. Los tres protagonistas permanecen más o menos igual toda la película: peinados, lustrosos y con cara de haber pasado por la secundaria hace muchos años. Al interior del trío, surge algún enamoramiento intempestivo, pero el triángulo formado por delincuente-gay-chica fácil no deja muchos resquicios para el amor. Al final hay como un videoclip donde los malos muertos se levantan, caminan y miran a cámara con pose de bad boys.