La casa de al lado

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

Terror de bajas calorías

La idea de que hacer una película de terror de calidad implica sólo depurarla de los peores vicios del género y sumarle buenos actores, buena música y buena fotografía ya debería haber sido erradicada de todas las carpetas de Hollywood. El concepto fue probado en otros géneros, como el policial negro, y nunca funcionó. Hay determinados tipos de productos de la cultura popular que nacieron para ser empalagosos y provocar indigestión, y lo peor que puede hacerse con ellos es bajarles las calorías.

Esto es precisamente lo que ocurre con La casa de al lado. El intento de refinar el contenido básico de un esquema argumental mil veces probado termina dejando el mismo sabor que una Coca-Cola a la que se le agregó un largo chorro de soda. Y lo curioso es que, por efecto de ese ingrediente insípido sumado a la fórmula, lo que en otra película podría ser considerado positivo aquí se vuelve neutro y tedioso.

Vamos a la historia. Una médica (Elizabeth Shue) y su hija Elissa (Jennifer Lawrence) se mudan a una hermosa casa en medio de un parque nacional. El lugar es maravilloso, rodeado de bosques y silencio, aunque hay un pequeño detalle. En la casa más cercana ha ocurrido un crimen horrible hace cuatro años: una niña mató a sus padres, se escapó y nadie sabe de ella desde entonces, aunque se supone que se ahogó en un río.

Todo indica que se trata de una película más sobre una casa maldita, pero el argumento intenta ocultar sus obvias intenciones mediante la treta de mostrar que el único sobreviviente de aquella tragedia, el hijo mayor, es un joven estudioso, retraído y de buenos modales. Tiene un un único secreto: esconde a su querida hermanita en un sótano. La diferencia es que parece hacerlo por piedad, porque no quiere que la internen en un manicomio.

Elissa se enamora de él y durante un buen rato el conflicto se centra en esperar el momento en que la hermana perturbada se escape de su refugio subterráneo y ataque a la chica que tiene la mala suerte de que su madre siempre trabaje en el turno noche del hospital. Claro que en determinado momento las cosas girarán en otra dirección (no tan inesperada como quisieran los guionistas). Y lo que hasta ahí era un lento desarrollo de una tétrica historia familiar y sentimental pasará a ser un compendio de psicopatología dudosa y un catálogo de impericias narrativas originadas en la incapacidad de distinguir entre una explicación y una revelación.