La cama

Crítica de Matias Seoane - Alta Peli

El último fracaso

El día de Jorge y Mabel empieza en la cama, con una escena de sexo tan real como atípica en el cine, durante la que se nos dice mucho de este matrimonio maduro: no solo sobre su sexualidad cargada de frustraciones sino también sobre su historia en general y la relación que tienen.

El día avanza mientras desarman esa casa que deben abandonar, dejando atrás una historia que ya poco tiene que ver con un presente, donde el amor desgastado se fue hace rato y dejó lugar a la costumbre. Cada objeto que meten en una caja etiquetada da testimonio de que compartieron una vida, algo también confirmado por cada reproche y cada gesto de rutinario cariño o desprecio que se dedican.

Después de un rato comenzamos a sospechar que no están simplemente pasando el último día en esa casa, sino que cuando crucen la puerta cada cual lo hará por caminos separados. Por más que tengan destellos de querer revivir lo perdido, no tardan en recordar los motivos de la distancia.

Los cuerpos más típicos

Si hay algo que La Cama no espera para hacer, es plantar su postura. Su primera y larga escena, a cámara fija y sin cortes, muestra algo tan cotidiano como escondido en las pantallas: gente adulta, con cuerpos reales, intentando satisfacer un deseo sexual que parece más obligación que buscado. No se puede esperar nada idealizado después de eso, tampoco una historia alegre.

De ahí en adelante es un ejercicio actoral más basado en acciones que en diálogos, en un clima un tanto asfixiante donde la cámara parece muchas veces haber sido olvidada en un estante mientras los protagonistas continúan con su mudanza. No hace falta que sean ellos los que nos cuenten explícitamente lo que sucede, usualmente las imágenes son más que elocuentes para llenar todos esos baches y avanzar con una historia simple pero muy lejos de ser liviana.

Con una cámara fija siempre estratégicamente colocada para mostrar apenas lo que necesita, durante este día de verano que nos muestra La Cama casi puede sentirse el olor rancio a encierro y el calor del que se protegen en esa casa en penumbras.