La calle de los pianistas

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

¿Cómo se puede transmitir la mística de un linaje familiar dedicado a la interpretación del piano? ¿Cómo poder reflejar la particularidad de una calle de Bruselas que supo ver crecer a varios de los pianistas más importantes del mundo?
Algunas respuestas en “La Calle de los Pianistas” (Argentina, 2015), ópera prima de Mariano Nante, y que tras un gran paso por el 17 BAFICI (película de clausura en el Teatro Colón), llega a los cines con su impronta de film que profundiza, básicamente, sobre dos tópicos: las relaciones filiales y la pasión por la música.
Natasha Binder y Karen Lechner son madre e hija, y ambas dedican la mayor parte de sus días a estudiar, a analizar las obras musicales y principalmente a poder mejorar su relación, que en parte, se ha visto deteriorada por las exigencias de una sobre otra.
Pero esto es algo que naturalmente Karen hace. Es algo que le nace y que a ella misma le ha sucedido desde su infancia. Niña prodigio del piano, su madre Lyl Tiempo, también a ella le exigió un compromiso y una dedicación superior.
“Sin sacrificio no se consigue nada” lee Natasha en uno de los cientos de cuadernos o diarios íntimos que Karen escribió desde pequeña y que le acerca para que pueda completar su educación musical, y esa frase la lleva internalizada y casi marcada a fuego en su piel sin siquiera pensarla.
Pero Natasha es joven, y es rebelde. A sus 14 años aún no tiene definido si será el piano, los conciertos y la música su profesión en la vida adulta. Le preguntan a su tío en una escena si él tenía pensado esto desde pequeño, y él responde que para él era natural porque ya estaba metido en este mundo de música, sacrifico y satisfacción.
Nante analiza esto a través de imágenes íntimas entre madre e hija, en una relación que entre viajes y ensayos, entre presentaciones y confidencias, entre complicidades y algunos desacuerdos terminan configurando una reflexión sobre aquellos vínculos que potencian pasiones, pero que también terminan determinando caminos sin el necesario consentimiento mutuo para lograrlos.
Los planos detalles de las manos encadenan imágenes y situaciones. Los archivos personales de la familia sirven para contextualizar la historia de cada una de las tres generaciones dedicadas al piano. Pero hay un adicional, que va más allá de las escenas de enseñanza, de la música y de los espacios en los que las mujeres trabajan diariamente, y es justamente todo lo que no se muestra.
En la fuerza de la ausencia de Martha Argerich, clave de la historia, vecina y amiga personal del clan, que se personifica en alguna foto perdida en algún estante o mientras se la enuncia verbalmente en algún recuerdo, hay un nivel de calidad artística que se está manifestando y al que Nante quiere apelar para contar su historia.
Martha, eximia pianista, aparece también en alguna escena de estudio de Natasha, quien a través de videos de youtube la observa y analiza para poder ella también interpretar, quizás en un futuro, de la misma manera que ella.
Con esta práctica Nante también habla de cómo la evolución en las maneras de estudiar música quizás hagan que el linaje al cual pertenecen las tres mujeres vaya hacia un lugar impensado, porque así como Lyl educó a Karen, y Karen a Natasha, una pequeña mujer se suma al estudio siendo Natasha quien la guie en el camino del aprendizaje del piano con métodos que quizás aún no existen.
Algunas escenas de “La calle de los pianistas” son innecesarias, como las cenas y almuerzos con otras familias “musicales”, eternos viajes en los que se redunda en ideas ya explicitadas anteriormente y remarcadas con una puesta básica, que abusa del recurso de la música como nexo entre momentos diferentes y que resienten la intimidad mágicamente lograda con las protagonistas por un director al que hay que seguirle sus próximos pasos.