La calle de los pianistas

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

LA CALLE DE LOS PIANISTAS, de Mariano Nante.- “En una pequeña calle de Bruselas hay una inusual concentración de pianistas argentinos: de un lado, la casa de Martha Argerich; del otro, la de los Tiempo-Lechner, cuatro generaciones de prodigios pianísticos”. Este cautivante documental pregunta: ¿qué es, en definitiva, ser pianista? Esos muros sólo escuchan música. Consejos, ensayos, comentarios, grabaciones. La cámara no se entromete, anda en puntas de pie por un escenario que también deja ver los egos, las exigencias, los mandatos, las dudas. Los melómanos lo disfrutaran más, por supuesto, pero el film atrapa a todos con su puesta sencilla, sutil y sensible. Karin y Natasha, madre e hija, ocupan el centro de la escena. Desde allí se abren los temas: el paso del tiempo, las diferencias entre una y otra, el cariño, los compromisos, la actitud de Natasha (un encanto de frescura) contra un mandato que le inspira devoción, sueño y temores. En un almuerzo dominical, tras la pared escucha a la ilustre vecina, Marta Argerich, que está ensayando y ellos harán silencio para disfrutarla. Los nervios del debut, el eterno embrujo que despierta la música, la rigurosa disciplina, la herencia, todo cabe en esa casona que es academia, hogar, escuela de práctica y rincón de amigos. Un lugar que transmite no sólo música, también emociones, afectos, enseñanzas y rumbos. ¿Cuándo decidiste ser pianista? Le preguntan a un habitante de esa casa. “Yo nací pianista… no lo decidí ”, como avisando con naturalidad que lo de ellos es más un destino que una elección.