La cacería

Crítica de Carolina Taffoni - La Capital

Mentiras y castigos

Lucas es un hombre de mediana edad que está tratando de rehacer su vida después de un divorcio: trabaja como asistente en un jardín de infantes, empieza a salir con una compañera de trabajo y busca establecer nuevos lazos con su hijo adolescente. Sin embargo, un día todo se derrumba. Una niña del jardín asegura que Lucas le ha enseñado sus partes íntimas. Es una fantasía, una suerte de inocente venganza, pero la mentira se desparrame como un virus y el daño no encuentra límites. Al igual que en “La celebración”, el director Thomas Vinterberg vuelve a abordar aquí el tema del abuso de menores (siempre difícil de digerir), pero esta vez desde el punto de vista del supuesto “victimario”. El realizador danés (compañero de Lars Von Trier en el Dogma 95) escarba en el mito de que los niños no mienten (un mito que los adultos sostienen y potencian) a la vez que desnuda sin piedad a una sociedad que juzga antes de cualquier veredicto y expone lo asfixiante que es vivir en una comunidad pequeña. El drama está sostenido por un increíble Mads Mikkelsen (ganador en Cannes por este papel), que compone a un hombre retraído, que parece no reaccionar ante la injusticia, y que incluso no muestra ningún tipo de rencor hacia la niña que mintió. Es cierto que Vinterberg siempre camina al borde de la cornisa con respecto a la manipulación del espectador, pero nunca moraliza ni se presta a los golpes de efecto. Sí se mantiene fiel a su tradición de generar interrogantes y polémica, y refuerza este concepto con un final abierto tan inquietante como todo el filme. “La cacería” es de ese tipo de películas que quedan dando vueltas en la cabeza del espectador cuando, en algún momento, se apaga el ruido cotidiano.