La cabaña del diablo

Crítica de Diego Papic - La Agenda

No te tenemos miedo

En la semana previa al aluvión de películas del Oscar, ‘La cabaña del diablo’ es una propuesta floja que puede ser ignorada sin inconvenientes.

Como todos los años, entramos en un agujero negro de estrenos anterior al aluvión de películas que suenan fuerte para los premios Oscar que van a venir a partir de la semana que viene: Steve Jobs, La gran apuesta, Joy, el nombre del éxito, Los ocho más odiados, La habitación, El renacido y varias más. Un agujero negro salpicado por películas de terror que quedaron arrumbadas en las oficinas de alguna distribuidora, que las estrena así nomás porque, por más malas que sean, el género alguna gente lleva al cine. Se sabe: algún placer siempre hay en ver sangre falopa.

Pero todo tiene un límite y si bien no es necesario ser Dario Argento ni Stanley Kubrick para pergeñar una película que nos proporcione algunos sobresaltos, se precisa aunque más no sea un poquito de dedicación y de respeto. No es el caso del catalán Víctor García y su película La cabaña del diablo, un intento flojísimo de cine de terror clásico que no asusta ni entretiene. Ni siquiera es mala al estilo disparatado clase B de muchas de estas películas.

Un grupo de personas quedan atrapadas en una misteriosa casa en el medio de la selva colombiana por culpa de una tormenta. Allí vive un anciano que al principio parece que será el causante de los sustos, sobre todo cuando los recién llegados descubren que tiene a una niña cautiva en el sótano. Pero la cosa no va de psicópata pedófilo sino de espíritus sobrenaturales: la nena es un demonio que el viejo tenía encerrado por un buen motivo. Un poco en plan El exorcista -cuando el demonio habla a través de la nena lo hace igual que en la película de William Friedkin-, pero bueno, esa referencia no hace más que disminuir la película en comparación.

Como se ve, la premisa es tan básica que un estudiante de cine se avergonzaría de planteársela a su profesor, pero ya sabemos que eso no importa: con poco más que eso, Sam Raimi se hizo un nombre para siempre en el cine. El problema es que García no tiene el talento de Raimi pero sobre todo es incapaz de reirse de lo que está haciendo, de ponerle locura.

Los actores son un desastre pero no están desatados, se los nota contenidos e intentando ponerle el cuerpo seriamente a unos diálogos imposibles, mezcla de castellano e inglés. En el grupo están David (Peter Facinelli, lo recordarán por ser el padre de Robert Pattinson en la saga Crepúsculo), su novia Lauren (Sophia Myles), su hija Jill (Nathalia Ramos), el novio de esta, Ramón (Sebastián Martínez) y su cuñada Gina (Carolina Guerra). Todos personajes que en una introducción medio confusa amagan con tener personalidades definidas y relaciones complejas entre ellos pero que a medida que avanza la película terminan siendo apenas peones, extras que van cayendo uno por uno.

La fotografía chata y oscura no puede haber sido resultado de un plan. Y todos estos problemas conspiran contra nuestra inmersión en la película, como si tuviéramos una aguja en la butaca y no pudiéramos pensar más que en eso, retorciéndonos incómodos y resoplando.

Si por algún motivo en esta última semana del año alguien anda con ganas de meterse en un cine, aunque más no sea por el aire acondicionado, tendrá que prescindir del terror. Y si la prioridad es asustarse, lo mejor será buscar algún amigo con un LED bien grande, comprar unas cervezas y bajarse Creep o A Girl Walks Home Alone at Night, por poner dos ejemplos de películas infinitamente mejores que no se estrenaron en nuestro país. Ojo, también pueden bajarse La cabaña de diablo -incluso está en Netflix, en el catálogo de Estados Unidos- y comprobar con sus propios ojos que no estoy siendo exagerado.