La Bahía

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

El director Bruno Dumont (“La Humanidad”,1999) cambia su habitual registro en tanto drama, para jugarse con una realización extremadamente surrealista, no relegando la siempre presente intención de una toma de posición y discurso instalado, esta vez, haciendo foco en las diferentes clases sociales. En realidad de un enfrentamiento que nunca ocurre, pero presente de manera permanente durante todo la narración, haciendo una disección de dos familias antagónicas, una de clase alta, la otra en las antípodas, una pobre familia de pescadores. Lo que se juega en términos de cualidades de cada una va desde el canibalismo más atroz hasta el incesto bien entendido, promiscuidad, inmoralidad, inimputabilidad, locura.
Adscripta a la comedia, por momentos muy negra, por otros más cercano al slapstick, o al humor físico de Buster Keaton, Chaplin, y cuando parece perder el hilo conductor se acerca, nunca demasiado, a Jacques Tati, entreteniendo la mayor parte de la proyección, hasta que comienza a agotarse sobre los mismos recursos de manera repetida y sin solución de continuidad.
Para rematar, cuando el agotamiento del recurso por exceso de uso, nunca cercano al absurdo, el filme produce un cruce hacia el realismo mágico extirpado de un pensamiento en el mismo orden, de mala manera y peor factura.
Otro de los pequeños problemas que tiene esta producción es la construcción y definición de los personajes, en los cuales se instalará a cada uno según la vertiente que intentará registrar el director, lo que suma más exageración, más locura desatada, más confusión.
La historia transcurre en 1910, se centra en esa familia de clase alta que intentará pasar unas vacaciones en su castillo europeo poseedor de detalles que lo acercan a la estética egipcia.
Abre con una pareja de detectives que investigan la desaparición de varios turistas en las playas, pareja que parece querer emular a los geniales Stan Laurel Oliver Hardy, sin embargo, y a partir de las impericias narrativas, concluyen ya por quedar a años luz de Porcel y Olmedo.
Los inspectores Machin y Malfon, pues de ellos se trata, pronto deducen que el centro de las misteriosas desapariciones debe ser la bahía Slack, un lugar donde el río Slack y el mar se unen cuando hay marea alta. En ese lugar vive una pequeña comunidad de pescadores especializados en ostras.
Mientras los primeros investigan y los segundos pescan, llegan los Van Peteghem, de acaudalada prosapia burguesa, para hacer uso veraniego vacacional de su mansión, la del estilo egipcio, en Normandía, al norte de Francia, a los pies del Canal de la Mancha, para pasar la temporada veraniega que ya está terminando. El patriarca mayor André Van Peteghem (Fabrice Luchini), acompañado de su histérica mujer Isabelle (Valeria Bruni Tedeschi), con ellos la hermana de él, Aude Van Peteghem (Juliette Binoche), y los hijos de ambos hermanos. Entre ellos se encuentra el joven Billie (Raph), un andrógino personaje, posiblemente el más interesante de todo el filme.
La familia de pescadores, tiene entre sus miembros a Ma Loute Brufort (Brandon Lavieville), el primogénito, personaje que porta el nombre con el que se estreno en su país de origen éste filme “Ma Loute”. Él y Billie, con su historia en común, es sobre quienes cae casi todo el peso del filme, entre el despertar sexual, la lucha de clases, el engaño, la trampa, la manipulación del la realidad y del otro, la perdida de ingenuidad.
Sin embargo sino fuese por el despliegue escénico, un muy buen trabajo de fotografía y el actoral del trío protagónico, todo se desbarrancaría; con una Juliette Binoche realmente sacada de registro constantemente, Valeria Bruni Tedeschi, quien ya no debería sorprender a nadie, y Fabrice Luchini, que construye y da vida maravillosamente a un personaje muy difícil de componer, de lo que sale airoso con creces.
Pero sigue siendo poco. Porque es un texto muy sencillo, con algunas fallas menores, cuya mayor dificultad será hacer que el publico acepte la propuesta, y lo adivino como muy minoritariamente. Demasiada locura desatada, sin definición, como si el diagnostico no fuese posible.