La araña vampiro

Crítica de Guido Anselmi - Cinematografobia

Sobre el espectador de Cine

Después de Los paranoicos, su ópera prima, Gabriel Medina vuelve a aparecer en escena con una película... No. No, no y no. No nos va a servir hablar de Los paranoicos, y no nos sirve de nada hablar ahora y aquí del concepto de autor. Empezemos de nuevo,
La ruta. Un auto. Y La araña vampiro, el título en rojo sangre; sin rodeos, con la simpleza más simple. Un joven que llega con su padre a una casa perdida en la montaña, en un primer nivel de búsqueda: el de encontrar la tranquilidad que no se encuentra en la ciudad; el de poder así despejar un poco los cuerpos y los problemas -o los problemas de los cuerpos-, tanto psicológicos como físicos. Cuál es el problema específico, realmente no lo sabemos. Y por qué no lo sabemos; porque no se nos da cuenta de ello. Sólo vemos personajes distantes, que dialogan poco y que parecieran estar levemente preocupados; personajes buscando en medio de una búsqueda apagada y monótona, como si esperaran que este nuevo contexto salvaje y boscoso, cambie algo de lo que hasta ahora fue; en la gran ciudad. Y no sabemos mucho más. Jerónimo; el joven se llama Jerónimo; eso sí lo sabemos. Y que se llevó su computadora portátil y que en vez de salir a recorrer o a cambiar de aire, mata el tiempo matando gente en los videojuegos. Y que también tiene a su madre, que los llama para preguntasr si está todo bien, y que por alguna rázón se quedó en la ciudad. Y que la primera noche, al dormir, lo pica una araña. La araña vampiro, a la que termina matando después, al despertar. Y punto. Todo eso por un lado.
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"Ve a la montaña, busca tu guía y vuelve a la ciudad" Jack Kerouac; con esta frase abre la película.
???Por el otro estamos nosotros, como espectadores recibiendo información, enfrascados en la misma aventura y atravezando el mismo viaje laberíntico que el protagonista, sufriendo con él, padeciendo, siendo picados, y mirando. Mirar. Esa es la cuestión. Porque de eso pareciera hablarnos indirectamente esta historia. Del acto de aventurarse, de quebrar con el estado actual y rectilíneo de las cosas e inmiscuirse en un nuevo ritmo, vertiginoso y ascendente. Sea en la ficción, sea en la vida del espectador como parte última de la ficción -la recepción del mensaje como estadío fundamental de la comunicación-. Del acto de aventurarse, inclusive desde la activa pasividad que implica el mirar. Sin hacer absolutamente nada, el espectador es llevado imagen tras imagen, de un lugar a otro, viviendo y reviviendo constantemente el mundo de la ficción. Ficción que existe en él mismo porque sin espectador no sería nada. Y sin hacer nada, el espectador vive lo mismo que el protagonista. Y así es como la normalidad, puede volverse de una forma casi absurda, en una historia de película; o en una película en sí, porque durante esas dos horas de sala a oscuras, nuestra realidad no es otra que la de la pantalla. Y es en esta misma normalidad, que caduca para dar paso al desarrollo del conflicto, donde nos enteramos que la picadura de Jerónimo es mortal. Lo que hasta recién había sido el simple acto urbano de matar una araña, ahora se convierte en un momento de tensión crucial. Para salvarse de las secuelas mortales de la araña, dicen algunos de los habitantes de la zona que hay que ser picado una vez más, por una araña de la misma especie. Así pasó una vez con una niña que se salvó. Y así creen que ha de ser siempre. Lo que mata, cura, y lo que cura, mata.
Un bicho de ciudad, picado en su literalidad, por un bicho de campo. El hombre en su condición animal, en medio de una atmósfera reventada y de un color definidamente desaturado. Con la minería a cielo abierto de fondo, como paisaje en clara descomposición. Dentro de una frase que pareciera funcionar como guía, que es la de "creer o reventar". Para no morir, Jerónimo necesita confiar; se ve obligado a creer y a seguirlo a Ruíz (una especie de Stalker, de conocedor del lugar) por la montaña, en una búsqueda casi a ciegas. Es en estos momentos en donde el relato adquiere mayor intensidad, y en donde el dilema del protagonista se vuelve efectivo: seguir siguiendo a un borracho desconocido o volver a la seguridad insegura de los brazos de su padre. Estos cruces desencontrados en la montaña, entre Ruíz y Jerónimo por un lado y el padre (Alejando Awada) acompañado del policía de la zona por el otro, se vuelven cruciales; son los que denotan la transformación del protagonista, el crecimiento en su búsqueda en su afán de salvarse. Él cree internamente en todo eso (como nosotros creemos en las historias que el cine nos cuenta, durante el momento en que son contadas) y eso lo hace seguir. Y la tesis sobre la espectación sigue su mismo rumbo, porque todo lo que Jerónimo va viviendo y todo lo que la estructura del film nos va mostrando, está ligado intimamente al proceso mismo de la recepción.
Cuando Jerónimo deja de buscar es cuando finalmente encuentra lo que busca. Cae rendido entre las piedras, y las arañas empiezan a aparecer, una a una, saliendo de sus escondites y yendo hacia él. Es el previo manejo de los tiempos, en esa búsqueda casi interminable y dilatada, lo que potencia precisamente este encuentro final, lo que le da valor a este azar no tan azaroso que se explica en la profundidad del deseo. Llegar al objetivo final. Desenlazar.
??Párrafo aparte y digresión mediante merece la caracterización de Jorge Sesán (Pizza, birra, faso; Okupas) en su rol de Ruíz. Un hombre solitario que ahoga literalmente sus penas y su soledad de montaña en alcohol etílico. Un conocedor del terreno que no conoce otra forma de canalizar su dolor. Que sufre por la montaña, pero que sobre todo sufre por él mismo. Un loco en su cordura, que se habla por no tener a quién hablar. Un personaje tan complejo como contradictorio; valerosamente temeroso por un lado, peligrosamente bondadoso por el otro. Actuación a la que me gustaría personalmente posicionar en un nivel teatral, por el nivel de profundidad y los matices graduales que Sesán le regala al personaje, en una construcción detallista y dedicada, distinta a la de los tiempos de la industria cinematográfica, distante del trabajo actoral interrumpido que el cine en su forma y realización suele provocar (con los cambios de planos, con los cortes, con las repeticiones infinitas de una misma toma, etc.). Y es en este desarrollo donde su personaje se despega del de Piroyansky, que a mi modo de ver, termina quedando inacabado e incompleto: con un principio y con un final marcados, pero con un espacio mediante que no termina de procesar el proceso que el personaje protagonista se merece.
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La araña vampiro es un gran híbrido en donde géneros como el terror, el western,
el suspenso y la comedia, se prenden y se apagan constantemente.
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???Sea por el tipo de propuesta, sea por su contrariedad tan disonante, de Gabriel Medina y su historial sólo podemos agregar, satisfactoriamente, la sensación de que La araña vampiro sea o parezca ser algo así como su segunda ópera prima. Del Daniel Hendler que se armaba un cigarrilo de marihuana en la soledad de su departamento, subía el volúmen de su equipo y se ponía a bailar impulsivamente en Los Paranoicos, a la historia y al relato que acabamos de analizar, sólo encontramos -en la superficie, y sin intentar bucear en la profundidad análoga de los dos relatos- un pequeño y divertido símil: la canción del final (La Niebla, de Shaman y los hombres en llamas), que vuelve a constituirse como aquel tema de Farmacia (Nada de nada), en una nueva memorable y pegadiza banda sonora. Otro sencillo pero aplaudible acierto.
??En síntesis y a modo de cierre final, hablemos de La araña vampiro como aventura que, fiel a su estilo estructural clásico, termina con un cambio, que es interno pero que también, cobra peso en su exteriorización simbólica. Porque Jerónimo vuelve en su auto con una semi-sonrisa -nada más y nada menos que la sonrisa de haberse pensado muerto y de haber vuelto milagrosamente a la vida- pero también, como comprobamos cuando nos muestra su otro perfil, con una marca en el ojo; la secuela de la picadura sanadora de la araña. Dejando librado, cualquier tipo de símbolo, a la subjetividad de cada espectador, lo importante es saber que el protagonista, lo que hace es volver; volver a la ciudad, volver a su vida. Y la importancia está en que precisamente eso, es lo mismo que hacemos también nosotros. Volver a nuestras vidas y a nuestro devenir cotidiano y cotidianamente estrambótico. Luego de habernos sentido morir por un rato, luego de habernos reincorporado milagrosamente. Quizás sonriendo, quizás no tanto. Pero eso sí: con la marca de una nueva aventura; la marca de La araña vampiro. Con la marca en los ojos.