Kryptonita

Crítica de Ayelén Turzi - La cuarta pared

Una de las películas nacionales más esperadas del año acaba de debutar en el marco del 30º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. La pregunta es: ¿pudo sobrevivir a semejante expectativa, o este Superman bonaerense estrelló su cohete antes de llegar a destino?

Kryptonita es, originalmente, una novela homónima de Leonardo Oyola. A grandes rasgos, parte de la hipótesis de qué hubiera sucedido si, en lugar de caer en Smallville, Kansas, Superman aterrizaba en Isidro Casanova y era un pibe del conurbano con súper poderes. Con una Liga de la Justicia amiga, también de origen humilde y altas llantas, Nicanor Loreti (Diablo, Dos para una Mentira) se encargó de llevarla al cine... y el resultado es épico.

El relato se desarrolla en un período de tiempo acotado: una noche en el hospital Paroissien, al que llega Nafta Súper (Juan Palomino) escoltado por su troupe y herido de muerte (justamente por la sustancia que da nombre al film). Una vez que González, el médico nochero que lo atiende, logra estabilizarlo, hay que resistir hasta que salga el sol: como sucede con cierto "último hijo de Kryptón", la luz solar le permitirá reponer sus energías y sanar. Ante la incredulidad del médico frente a esta afirmación, el hospital se ve rodeado de policías que los quieren hacer cagar. Esta condensación de la acción es lo que determina la dirección: hay un claro objetivo al cual llegar, y gran parte del éxito depende de aguantar. Esta resistencia y espera genera un clima de intimidad en el que los diferentes personajes pueden ir contándole al médico y a la enfermera algunas anécdotas de su pasado, experiencias fundamentales para terminar de construir la identidad de cada uno de ellos.

El primer punto fuerte de la cinta es el cast: acá nos olvidamos de todos los papeles anteriores del reparto y nos zambullimos de lleno en los personajes que pasan una noche en vilo en el hospital Paroissien. Diego Velázquez compone a un aterrorizado doctor González/ Socolinsky que opera con precisión como eje de la trama. Porque si bien se mantiene su punto de vista como en la novela, yo no diría que es el protagonista, sino más bien el personaje principal, pero ya hablaré de eso más adelante. Entre todos ellos, se destacan Nicolás Vázquez (Faisán), Pablo Rago (El Señor de la Noche), Diego Capusotto (Corona) y, en especial, Lautaro Delgado encarnando al travesti Lady Di (la versión bonaerense de Wonder Woman), que aporta momentos maravillosos.

Como decíamos antes, el grueso de la trama transcurre en el hospital, saliendo de éste sólo en los diferentes flashbacks que se presentan. Un gran acierto es que estos flashbacks no se desarrollan en lugares concretos; son más bien abstractos, oníricos: el único espacio real es el del hospital, es el aquí y el ahora, los recuerdos como siempre son subjetivos y van contaminándose con el paso de los años. Además, las hazañas que cuentan de Nafta Súper son ambiguas y dudosas para González, aunque poco a poco la evidencia frente a sus ojos no le dejará más alternativa que creer; entonces, ¿qué mejor que enrarecer el ambiente al mostrarlas?

El universo ficcional que contiene el relato es un doble universo paralelo: de un lado, una variación (o elseworld, para los viejos lectores) sobre los orígenes y evolución de los personajes clásicos de la Liga de la Justicia de DC Comics: los integrantes de la banda de Nafta Súper no son otra cosa que los Superman, Batman, Mujer Maravilla, Flash, Linterna Verde, Chica Halcón y Detective Marciano foráneos. No desde las explosiones y el exceso de dar cuenta constantemente de sus fuerzas, sino desde la ambigüedad, la sutileza. Los guiños no sólo al cómic, sino a la cultura popular en general, son muchísimos, pero eso no quita que cualquier persona que nunca haya tenido un cómic en sus manos pueda disfrutarlo. Y ahí entra en juego el segundo universo alternativo, uno que tenemos al alcance de los ojos pero no siempre queremos ver: las eternas guardias en los hospitales públicos, el pibe chorro al que dejan morir, la marginalidad. Kryptonita es básicamente una historia de superhéroes cotidianos, de eameos que terminan subsistiendo a los ponchazos mientras toda la sociedad les da la espalda, aunque a veces pueden caer en la delincuencia a pesar de esconder virtudes maravillosas.

Es muy difícil la trasposición de una obra literaria al cine y el público muchas veces se ofusca ante ajustes argumentales, ignorando dos grandes principios: en primer lugar, que cine y literatura son dos lenguajes diferentes y que a la hora de llevar una novela al cine los ajustes son necesarios. Porque la fuerza de la imagen permite mostrar las cosas de otra manera, porque el ritmo es otro y porque además aparece el sonido, permitiendo elaborar una narración mas compleja. Y por otro lado, detrás de cada cinta hay un director, que tiene sus principios, su foco de interés, su ideología y su visión sobre el texto. Todos, en realidad, tenemos nuestra visión. ¿Hace falta entonces aclarar que la película es la visión del director? En el caso de Kryptonita los ajustes del relato no deberían ser cuestionados en absoluto, porque lo que se rescata son la ambigüedad, la sospecha, el "¿Son? ¿O parecen?" con el que Oyola hilvanó toda el relato original. La imposibilidad de salir del hospital implica también un poco el no poder salir del todo a la luz, el ser sombras, el ser un pibe más en el conurbano. Y esa esencia se transmite magistralmente: eso debe ser siempre ese el eje de una adaptación, transmitir la idea mas allá de la fidelidad narrativa.

Y sí, de más está decir que se logra con creces.

VEREDICTO: 10 - MÁS FUERTE QUE EL SARMIENTO

Kryptonita agotó sus localidades en las tres funciones que tuvo en el festival. Capta a la perfección la esencia del submundo narrado en la novela y lo lleva a la pantalla de manera minuciosa y precisa. Sólo una cosa le faltó: un público menos solemne. Porque si bien hubo risas y aplausos, la película destila rock y pide a gritos una hinchada. Que la festejen como un partido de fútbol. Pasión, la palabra clave acá es pasión.