Kóblic

Crítica de Sergio Del Zotto - Visión del cine

Llega el estreno de Kóblic, última película de Sebastián Borensztein con Ricardo Darín y Oscar Martinez.
Año 1977, el capitán y piloto de la Armada, Tomás Kóblic (Ricardo Darín) a pocos días de su retiro, se refugia en Colonia Helena, un pueblo dominado por el corrupto comisario Velarde (Oscar Martinez). Huye después de desobedecer una orden cuando piloteaba un avión en los denominados vuelos de la muerte. Pero en el lugar en que cree encontrará algo de tranquilidad trabajando como piloto de un avión de fumigación, encontrará nuevos obstáculos y un clima hostil que no es ajeno al que vive el país en ese año.

Hay en Koblic cierta idea de justicia que transita un borde de malentendido. Porque no se trata de un hombre que se convierte en héroe o que se redime salvando algunas personas y matando a otras. Si no más bien, de alguien que fue cómplice de terrorismo de estado, aunque en un momento tomó conciencia del horror, su negativa a abrir la puerta de un avión para arrojar cuerpos al rio en uno de los tantos vuelos de la muerte, lo lleva a alejarse de todo, a tomar distancia. Y en ese huir, encuentra otra condena, pero por motivos muy disimiles. Se convierte en sospechoso de ser un espía, en alguien que llega a un pueblo olvidado para patearle el nido al más corrupto de los comisarios y es protagonista de una historia de pasión clandestina. Pero en la condena de la que será objeto, la noción de justicia real, aquella que se vale de denuncias, de juzgar en un tribunal y de cumplimiento efectivo de pena, está totalmente ausente. Por lo tanto, cualquier identificación romántica con el personaje de Kóblic, aquel que dijo No en un momento, que cura a un perro, que da coartada a un inocente, que salva a la dama, y que se carga a otros malos, lo acerca equívocamente a una idealización, pero no hay que perder de vista su condición de cómplice de crímenes de lesa humanidad.
Más bien hay que hacerse a la idea que su pasado, su presente y su futuro seguirán torturándolo hasta su muerte. Y que en su devenir errático, no sabemos dónde irá a parar y quizás, él y muchos otros que tomaron parte de la misma acción, están caminando entre nosotros. Sebastián Borensztein y el coguionista Alejandro Ocon ubican ciertas ideas asociadas que resultan interesantes y transitan un filo de correlatos: el piloto del vuelo de la muerte se convierte en fumigador de plagas, con la omnipresente idea de “exterminio”, la noción de traición agazapada en cada acto. La obediencia y desobediencia a superiores, la cadena de mandos. Todos temas que en Kóblic se transforman en elementos que conjugan una historia que es en definitiva una aventura, con un marco histórico mucho más perturbador.

Por el lado de las actuaciones hay que destacar que el trabajo de Darín es sobrio, efectivo pero la labor de Oscar Martinez adquiere una enorme espesura, al transformarse en un ser totalmente desagradable, cambiando su habla y postura. La española Inma Cuesta está a la altura de un elenco con secundarios sin fisuras.

A la vez que el brillo de la impecable factura técnica y la pintura sin fisuras del ambiente rural, del “Pueblo chico infierno grande”, de las magnificas tomas aéreas, del admirable cruce entre western y film noir, es lo que puede opacar su condición de film de denuncia y hacer perder de vista las diferencias entre historia y relato. Es decir, lo que se está contando (el derrotero de un hombre moralmente cuestionable, en un marco histórico trágico) en oposición a cómo se lo cuenta (en clave de aventura).

El resplandor de la realización nublando la visión de que Kóblic, el personaje, no la película, es totalmente despreciable y que lejos está de ser ejemplo al género humano.