Kóblic

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Esta realización, la quinta de Sebastián Borenstein, presenta una grave dificultad a la hora de establecerse en el punto de su análisis.
Toda una dicotomía puesta en juego, entre la lectura del texto per se, la presentación de la historia, la construcción y el desarrollo de sus personajes. Como así también tanto al tratamiento que se le da como producto terminado como a los personajes de manera particular.
Si bien, y parafraseando al filme de Bille August “Con las mejores intenciones” (1992), texto escrito por Ingmar Bergman, en ningún momento de su desarrollo el director parece estar juzgando al personaje protagónico, y esto podría ir en su beneficio, pero también puede verse como un camino de redención o de arrepentimiento, así simultáneamente instala cierta situación de empatía hacia el publico y desde éste. Lo que no deja de producir cierto fastidio ni dejar de ser interrogativo después de verlo.
La historia se establece en 1977, un capitán de la armada huye cuando la situación imperante y las actividades que le obligan a realizar cruzan sus límites de tolerancia. Pero cuál es el límite entre lo moral o lo inmoral. En algunas cuestiones el límite no puede ser personal. Es o no es. Este es el primer contratiempo de la película. Y el que termina por sostener ese desglose conceptual.
Tomás Kóblic (Ricardo Darin) acaba por ser un renegado de sus camaradas y de su propia condición cuando se niega en ser partícipe de unos de los “Vuelos de la muerte”, arrojando personas al Río de la Plata en pleno vuelo, manera habitual que tuvo la dictadura militar entre los años 1976/1983 de asesinar personas y hacerlas desaparecer. (Lean la carta de Rodolfo Walsh de marzo de 1977).
Finaliza su huida cuando encuentra la posibilidad de refugiarse en la residencia de un viejo amigo de su padre, en Colonia Helena, donde trabajara como piloto de un avión fumigador, pero su pasado lo condena. Ahí intentará permanecer oculto, pero sin percatarse que la única ley que domina es la del comisario Velarde (Oscar Martínez), un bandolero disfrazado con el cargo de jefe de policía, cabecilla de una banda autóctona, y no tanto, que se dedica a todo tipo de actos deshonestos, incluido el robo de ganado, poseedor de sombríos lazos con los militares.
El comisario Velarde no tolera al que no conoce y del que nada sabe, sospecha, y Kóblic en “su” pueblo lo perturba.
La historia cobra vida tal cual un western, o un thriller, a campo abierto, con la tensión propia de ambos géneros.
Lo que no se resuelve es esa empatía establecida por el tratamiento fílmico, cuya estructura narrativa lineal, con inserción de pequeñas analepsis que sirven para ir construyendo las razones del accionar del capitán Kolbic al mismo tiempo que debe enfrentar a su antagonista.
Poseedora de una buena estructura narrativa, un guión bien escrito, que no deja nada librado al azar, su única contrariedad es la posibilidad de la doble lectura. Y un pequeño desliz, digamos de continuidad, en una escena, que es un punto de quiebre del relato, escena registrada en un rodeo, Kolbic aparece más Darín que nunca, digamos, con más canas en su cabello que en el resto del filme, pero quien se fija en esos detalles
Posiblemente lo mejor de esta producción sea su dirección de arte, desde las locaciones elegidas, la puesta en escena, la elección de los planos, el montaje clásico, la fotografía como sustento necesario, con música acorde al ritmo impuesto por las imágenes. Todo esto apoyado en las excelsas actuaciones, tanto el dúo protagónico, en el que Darín lo hace desde el naturalismo a ultranza, él es un capitán de la armada, (quien dudaría), hasta la composición del personaje que realiza Oscar Martínez, de la misma manera que Don Corleone es Marlon Brando, no habrá otro comisario Velarde. Acompañados por un grupo de actores que no les va en saga, principalmente, y en primer término, la española Inma Cuesta.