Justicia implacable

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Amarga venganza

Justicia Implacable (Wrath of Man, 2021), el último film de Guy Ritchie, un director que deslumbró en sus dos primeras obras con su estilo rudo, su mezcla de crimen y comedia y sus logradas escenas de acción para luego perder la frescura repitiéndose hasta llegar a una anodina redundancia, se adentra en las traicioneras arenas de la venganza lisa y llana como motor de una trama inspirada en el film francés Le Convoyeur (2004), dirigido por Nicolas Boukhrief y escrito por éste junto a Éric Besnard.

El film de Ritchie consta de cuatro capítulos y comienza con un violento robo armado por parte de un grupo comando disfrazado de trabajadores de la construcción que abordan un camión blindado de caudales y terminan matando a los agentes de seguridad que lo custodian. Cada capítulo revela información que va construyendo una narración en cadena que conduce al predecible final.

Después del robo la película sigue a un hombre taciturno y recio, H (Jason Statham), que empieza a trabajar como agente de seguridad para una empresa de transporte de caudales en Los Ángeles, Fortico. A pesar de su actitud displicente y sus calificaciones ajustadas en el entrenamiento, H parece estar bastante seguro de sí mismo y tener una agenda secreta respecto de su reciente trabajo, por lo que sus compañeros sospechan de sus motivos. En uno de sus viajes un grupo intenta asaltar el camión pero los asaltantes son duramente reprimidos y ejecutados por H, que se convierte en una inspiración para sus alicaídos compañeros. En cada capítulo nueva información será revelada sobre el pasado de H, que no es quien parece y esconde una secreta misión de venganza contra quienes asesinaron a su hijo en el atraco de la escena inicial.

La estructura del relato es muy similar a la del film de Nicolas Boukhrief, especialmente en las escenas clave de la narración, pero a diferencia de Le Convoyeur, Ritchie elige el camino de remarcar todo el tiempo la dureza de su personaje principal como su atributo más preciado, una especie de exacerbación hasta el ridículo de las características de los últimos films protagonizados por Liam Neeson como tipo recio, pero aquí llevado a un paroxismo poco creíble. En Le Convoyeur el protagonista es un financista que busca venganza por el asesinato de su pequeño hijo y logra realmente convertirse en uno más de los agentes de seguridad a pesar de su inexperiencia, mientras que en Justicia Implacable H es un sociópata que ni siquiera intenta entablar una conversación con sus compañeros. Por otra parte, en el film francés hay una construcción de los personajes secundarios verdaderamente maravillosa y un gran desarrollo del contexto social, mientras que en el film de Ritchie tan solo se hace hincapié en que la banda de asaltantes es un batallón de ex soldados que han retornado de Afganistán y buscan hacer valer su experiencia en la única profesión posible para un ex soldado en un país atiborrado de psicópatas armados, el crimen. Ritchie presenta un mundo de organizaciones criminales que se disputan el botín de los camiones blindados cuyo equilibrio es roto por la introducción del nuevo equipo liderado por el Sargento Jackson (Jeffrey Donovan).

Statham se dedica a lo que sabe, poner cara de tipo duro sin mover un músculo durante toda la película y resucitar después de que lo batan a tiros varias veces para completar su venganza contra el eslabón más débil de la cadena, el más psicópata del grupo de ex soldados psicópatas encantados con la idea de asaltar camiones de caudales como si todo su entrenamiento militar fuera una preparación para crear una organización criminal cuyo sueño final es vivir una vida holgada sin trabajar, propaganda del sueño americano metamorfoseada en pesadilla. El resto del elenco cumple en un film desparejo que cuenta con las actuaciones de Holt McCallany, Scott Eastwood, hijo de Clint, y hasta Andy Garcia, que tiene un papel completamente innecesario.

Si bien Ritchie vuelve aquí a las bases de su filmografía más personal, la adaptación del clásico de Disney, Aladino (Aladdin, 2019), y su versión de la leyenda del Rey Arturo, King Arthur: Leyend of the Sword (2017), golpearon categóricamente una carrera que desde Revolver (2005) no había logrado encontrar completamente su norte para sobresalir como lo habían hecho sus dos primeros films, los geniales Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998) y Snatch (2000).

Sin duda alguna lo mejor de la propuesta es la música de suspenso de Christopher Benstead, que ya había compuesto la partitura de The Gentlemen (2019), el film anterior de Ritchie, y que aquí logra crear una sensación de desasosiego y rescatar la tensión en un film demasiado predecible, sin ideas, que tan solo demuestra que el director conserva sus dotes narrativas pero aún tiene pendiente reencontrarse con su mejor versión.

El guión de Ritchie junto a Ivan Atkinson y Marn Davis arma una historia de grupos mafiosos que se enfrentan entre sí como un “toque norteamericano” agregado a la trama de Le Convoyeur que conforma el esqueleto del film. Statham compone a un enajenado propuesto más como una máquina cercana a la interpretación de Arnold Schwarzenegger en Terminator (1984) que a un padre que busca venganza por el asesinato de su hijo. Statham ya estaba encasillado en este tipo de papeles de hombre parco pero aquí pareciera ser un androide que cumple órdenes en un film donde la trama tiene muchos baches y ad docs, que solo en parte son ocultados por la acción. Tampoco hay un buen desarrollo de los personajes secundarios y además nos topamos con un par de escenas demasiado explícitas y grotescas que desnudan el desinterés total de los empresarios por los trabajadores.

Justicia Implacable es una mezcla de cine negro, caper y periplo de venganza que intenta homenajear sin demasiado tino al realizador francés Jean-Pierre Melville, director de clásicos como Le Samouraï (1967) y Le Cercle Rouge (1970), que cumple con su misión de entretener un rato con una historia simple y un personaje rudo, pero que carece de ideas y diálogos y se dedica a repetir lo que otro film ya había hecho mejor sin agregarle nada más que un par de críticas a la locura del sistema norteamericano de fabricar psicópatas armados.