Juntos... pero no tanto

Crítica de Lucas De Caro - Toma 5

“Juntos… pero no tanto”: Viejos son los trapos

El tiempo pasa, los años corren, la experiencia se acumula, los errores quedan atrás y el futuro está en las manos de cada persona. Cada día comienza y, quién sabe, quizás puedas encontrar al amor de tu vida a la vuelta de la esquina o puedas cambiar al mundo con una simple acción. Pero sin embargo, hay alguna gente que sabe que no le queda mucho camino por delante para descubrir nuevas cosas o vivir nuevas experiencias, pero aun así, dan todo de sí para intentar llevar una vida divertida y no deprimirse.

Oren Little, un hombre anciano, abuelo, respondedor, tacaño, odiador de perros, ex líder en ventas inmobiliarias, con mucha plata y algo de facha, interpretado por Michael Douglas, intenta vender la casa millonaria en la que vivía con su familia para poder jubilarse e irse feliz y relajado a pescar a un lugar mejor del que ya está. Su esposa falleció, a su único hijo no lo ve hace muchos años y el único contacto que tiene con gente no es más que aquel que implica a los empleados de su trabajo o sus amables vecinos.

La pequeña pero hermosa vecindad en la que habita está conformada por una pareja lujuriosa con dos hijos gemelos rubios insoportables, un hombre negro con la mujer embarazada y una viuda que todos quisieran tener en la puerta de al lado: Diane Keaton. A pesar de los años y las visitas al quirófano, la de “Annie Hall” todavía se ve muy elegante y con muchas ganas de seguir trabajando.

Sin embargo, toda esta monotonía en la vida del señor Little da un giro inesperado cuando aparece su drogadicto y desastroso hijo, quien le da una hermosa noticia: “Tengo una hija de 9 años, voy a ir preso por un año y no tengo donde dejarla”. Tomando la negativa firmemente desde el comienzo, no le queda más alternativa que hacerse cargo de la pequeña, interpretada por Sterling Jerins (“Guerra Mundial Z” y “El conjuro”). En realidad, finalmente es su vecina Leah (Keaton) la que se responsabiliza y la lleva a dormir a su casa, y luego, son los tres los que irán compartiendo diferentes experiencias juntos y aprendiendo así uno del otro. Incluso los dos abuelos demuestran que con una copita de vino todavía tienen fuerzas para ir juntos a la cama, ¡qué osados!

Un dato que no debe ser omitido, es que el film está dirigido por Rob Reiner, el mismo de “Cuando Harry conoció a Sally”, “Antes de partir” y “Misery”. Con su vasta experiencia, parece que pudo encontrar para esta ocasión un buen producto para venderle a un target determinado ya que, definitivamente, es una historia divertida para personas que superan los 60. A pesar de eso, debido al tono del mensaje y la estética, probablemente hubiese quedado mejor encuadrada en los años ’80 o ’90. Por otro lado, vale felicitar a Frances Sternhagem, quien interpreta a la asistente de Oren. Con sus 84 años, todavía tiene el atrevimiento de cubrir el papel de una viejita buena que insulta y hace chistes descarados. La abuela que todos quisiéramos tener, una grosa.

En resumen, la película vende una vida “perfecta” llena de prejuicios contra la clase baja. A pesar de ello, al fin y al cabo es eso lo que tenía que ser, y por eso, cumple su cometido: venderle entradas a gente mayor que le gusta comprar un baldecito de pochoclos para reírse con una vida a la que siempre aspiraron pero nunca pudieron tener.

Si el relato se hubiese centrado en contraponer dos realidades sumamente distintas dentro de una misma familia, simbolizando a dos polos opuestos de la sociedad, seguramente se podría haber convertido en un dramón o en una buena pieza de arte. Pero no sucedió, y está bien.