Jumanji: En la Selva

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

JUMANJI O EL JUEGO DE LA AUTOCONCIENCIA

Cuando Jumanji llegó a nuestras vidas, allá por 1995, la película regalaba una interpretación lúdica (y a la vez angustiante) del concepto de soledad que tal vez como niña, en ese momento, no pude descifrar. Unos chicos aburridos se apartaban de sus consolas de videojuego para entregarse, sin más, a la diversión de un juego de mesa, aparentemente inofensivo. Sin embargo, el tablero de Jumanji escondía un secreto: la suerte de los dados no sólo era ficticia, sino real. El salvajismo autóctono de la selva se materializaba en feroces estampidas de elefantes o apabullantes mandíbulas de cocodrilos al borde de un precipicio, entre otros peligros, en cada una de las jugadas. ¿Cómo acabar con toda esta locura?: terminar la partida, ganando, por supuesto.

La versión de 2018, notablemente apegada a las modificaciones narrativas y estéticas de la evolución del lenguaje cinematográfico, no sólo revisita la historia original de Jumanji, sino que redobla la apuesta poniendo en escena un juego donde la autoconciencia es la protagonista. Por un lado, la de los personajes una vez abducidos por el juego, y por el otro, la del propio filme que se sabe secuela, en una reinterpretación contemporánea de aquella preocupación de mediados de los noventa.

El prólogo ubica en tiempo y espacio: en 1996 un año después de la primera aparición del tablero, éste ya parecía ser un objeto de culto para Alex, un típico joven de la secundaria que reniega del hallazgo ofrecido por su padre, entregándose al placer de las flamantes consolas de video juego. Sin embargo, al ser ignorado, el tablero ejerce su poder y se traga a Alex. Gesto que todo conocedor de la obra original reconoce como signo de inicio de la aventura. De todos modos, el prólogo se cierra allí y nos envía hacía el presente revelando a un grupo de jóvenes, las futuras víctimas-protagonistas de una nueva abducción que quien sabe cómo culminará. El bache entre 1996 y 2018 pronto cobrará sentido una vez iniciado el juego. Así Jumanji no sólo es un juego de mesa con poderes, sino un agujero negro, un portal de tiempo y espacio.

Este nuevo grupo de desconocidos, cada uno por un motivo distinto, se conforma cuando luego de infringir alguna regla escolar, son llevados al área de detención (castigo que obliga a los jóvenes a quedarse luego del horario curricular a cumplir con alguna tarea solicitado por el Director). Con la actividad asignada, las personalidades comienzan a aflorar: el nerd, el jugador de fútbol americano, la tímida y la blondie serán puestos a prueba cuando desatendiendo la tarea, “Refri” (aludiendo a su contextura) descubre un misterioso objeto empolvado. Durante el tiempo transcurrido desde 1996 hasta el presente, Jumanji dejó de ser un tablero para convertirse en consola, tal vez, luego de notar el desprecio de Alex. Y es aquí donde el primer gesto de autoconciencia se presenta: el juego supo que si no modificaba su forma de existencia pronto dejaría de ser parte del mundo de los jóvenes dando por finalizado para siempre su pedido desesperado de ayuda. Si el juego desaparece ¿quién salvará a Jumanji?

Por supuesto, los jóvenes son secuestrados por el juego y la aventura da comienzo, una vez más. Pero lejos de obedecer, sin cuestionamientos, este fenómeno paranormal, cada uno de los participantes es muy consiente de este viaje sobrenatural y esa conciencia se debe, por un lado, a un guiño del cine contemporáneo que, a estas alturas no puede dejar de ofrecer alguna explicación a este evento, y por el otro, a la evolución de un saber: en 2018 casi nadie puede desconocer los mecanismos y ciertas nociones del lenguaje del videojuego. Por eso, cada uno de los participantes tiene una misión que sólo podrán resolver si actúan en conjunto. Sólo así podrán salvar Jumanji y finalmente ser devueltos al mundo real, ese en el que también son autoconscientes de sus debilidades y fortalezas.

Otro de los factores que operan en Jumanji es ciertamente la nostalgia. Hay una atracción que persiste en varias producciones contemporáneas del cine y las series de tv por el revival de los años ochenta y noventa, convirtiendo en necesidad (moda o rasgo de estilo) la presencia casi ineludible de una revisita a la estética de aquellas décadas desde aspectos temáticos, y de puesta en escena de vestuario y arte, recuperando algo de la esencia de aquel cine que comenzaba a deslumbrarse con las posibilidades técnicas de la digitalidad y la influencia del videoclip, la publicidad y el videojuego. Son estas características, entre algunas otras, las que hacen de esta secuela un filme atractivo en varios sentidos. Más allá de ser simpático y divertido, es un pedacito de nostalgia para quienes vimos en la primera Jumanji una porción de nuestra infancia.

Por Paula Caffaro
@paula_caffaro