Juegos demoniacos

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Entre caníbales ucranianos

Repite todos los clichés del género “filmación encontrada”sin aportes novedosos ni una trama elaborada.

Después de ver Juegos demoníacos, la gran pregunta es ¿cuándo pararán de hacerse estos clones del Proyecto Blair Witch? Ni siquiera el original tenía muchas más cualidades que una novedosa forma narrativa. Pero hete aquí que 16 años después estamos ante otra película de found footage (filmación encontrada) que repite la fórmula sin ningún aporte más que una exótica ubicación geográfica: Ucrania (es una coproducción checo-ucraniana hablada en ucraniano y en inglés; el director, Petr Jákl, es un actor checo que hace su segunda experiencia detrás de cámaras).

Un equipo de cineastas estadounidenses viaja hasta ese país europeo para realizar un documental sobre el canibalismo. Un pretexto confuso y que no se sostiene: al principio se habla sobre la hambruna que los ucranianos sufrieron por culpa de Stalin en la década del ’30, pero después todo gira en torno a un supuesto caníbal al que los investigadores van a entrevistar, y de algún modo termina involucrado en la trama Andréi Chikatilo, el peor asesino serial de la historia soviética. En realidad, todo esto es una excusa para que los documentalistas terminen encerrados con un espíritu maligno en una cabaña en el medio de un bosque. ¿Les suena?

Después, el menú de costumbre: sobresaltos por falsas alarmas, corridas de acá para allá por el bosque, cámara en movimiento descontrolado, sesiones del juego de la copa para comunicarse con fantasmas, una mentalista misteriosa… Todo un déjà vu gigantesco, sin siquiera la excusa de una trama coherente para sostener la sarta de lugares comunes. Y con actuaciones flojísimas, al punto de provocar risas no buscadas en varios tramos.
En síntesis: una inversión de poco presupuesto y escaso riesgo en busca de grandes ganancias. Pero ya se agotaron todas las vetas de la mina de oro de las filmaciones encontradas. ¿O no?